Opinió

La nueva normalidad no debe consentir la pervivencia de infancias sometidas

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La pobreza que afecta a los más pequeños no es una realidad, o no lo debería ser, ajena a nuestro día a día. Ahora más que nunca, como resultado de la pandemia de salud de COVID-19, las niñas y niños más vulnerables del mundo se pueden ver empujados al trabajo infantil.Es cierto que el número de menores sometidos a la explotación laboral ha disminuido en 94 millones desde 2000. Aún así, se estima que en la actualidad hay 152 millones de niños y niñas en situación de trabajo infantil. Casi la mitad tienen entre 5 y 11 años; 42 millones (28%) tienen entre 12 y 14 años; y 37 millones (24%), entre 15 y 17 años.

Cuando hablamos de trabajo infantil nos referimos a aquel trabajo que priva a los menores de su niñez, que los pone en riesgo y que les priva de su educación. En el "mejor" de los casos, asumen la doble carga de escuela y trabajo, perjudicial sin duda para su desarrollo físico y psicológico. Tenemos millones de personas que no pueden desarrollar su potencial, menores que exponen su dignidad. Y la explotación infantil encuentra su peor forma en el trabajo forzado y sujeto a actividades ilegales, como el uso de niños y niñas en la prostitución, pornografía, trata de personas o reclutamiento forzoso para utilizarlos en conflictos armados. Como ejemplo, más de 3.000 niños en Siria han sido reclutados para combatir y más de 7.000 han sido asesinados o mutilados.

Los informes de la OIT y de Unicef establecen que 72 millones de niñas y niños en África y 62 millones en Asia y el Pacífico realizan "trabajo infantil". Y lo hacen para proveer a sus familias de recursos básicos como el agua, un techo y comida; están como sirvientes en casas, ocultos en talleres y grandes plantaciones. Niñas asistentas en el hogar y sin salario, explotadas y expuestas al maltrato, víctimas de servidumbre por deuda, de la pornografía y prostitución. Desde nuestra mirada nos parece imposible, increíble, pero es una realidad para millones de niñas.

Fue en 2002 cuando la Organización Internacional del Trabajo (OIT) decretó el "Día mundial contra el trabajo infantil", un problema que todavía hoy afecta al 10% de la población infantil en el mundo. Ahora tenemos la oportunidad de poner de manifiesto esta realidad mundial, de alzar la voz por ellas y ellos, y de exigir iniciativas a los gobiernos e instituciones para poner fin al trabajo infantil en todas sus formas.

La Generalitat Valenciana, por su parte, destina 32 millones de euros a Cooperación al Desarrollo, a Acción Humanitaria y Educación para la Ciudadanía Global, financiando proyectos y actuaciones de atención a los colectivos de población más vulnerable, entre ellos evidentemente la infancia.

Pero todos los recursos son pocos cuando el objetivo es eliminar la tristeza y sufrimiento de millones de niños y niñas en el mundo, que no entienden ni de fronteras ni de ideologías. Que tienen derecho a una niñez digna.

Seguro que conocemos a personas migrantes con infancias sometidas a trabajos, e incluso cuando son adultos se atisba en su mirada la huella de una mochila de la que difícilmente se podrán desprender nunca. La "normalidad mejorada" que pretendemos alcanzar tras la superación de la crisis sanitaria debe trazar nuevos caminos para evitar que en el presente y el futuro no tengamos infancias sometidas.

Hoy, Día Mundial contra el Trabajo Infantil, no pensemos en tan solo en la escalofriante cifra de 152 millones; pensemos en un solo niño o una sola niña forzada a trabajar y hagamos el esfuerzo de imaginar que podría ser nuestro hijo, nuestra hija, nuestro nieto o nieta. Pongámosle cara conocida, y no podremos soportarlo.

Trini CastellóPortavoz socialista de Calidad Democrática, Cooperación y Derechos Humanos

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