Diego López se prepara para el saque. Es la final del Mundial de Pelota y la tensión en la plaza Generalitat de Alzira, con los belgas y los valencianos disputándose la corona mundial del juego a llargues, es máxima. Bajo el sol primaveral de las tardes de abril, todas las miradas se centran en él, el pilotari revelación del torneo, la grata e inesperada sorpresa de la selección. Pero, Diego esquiva la presión con una calma insultante. Con el viento soplando a rachas y la cancha haciéndose cada vez más larga, cierra los ojos, respira y disfruta el momento. Se concentra en su mano, en el tacto suave y agradable de la pelota de badana. Y en ese momento, cómo en una reminiscencia involuntaria y fugaz, su cuerpo viaja al pasado, hasta septiembre de 2003. En aquellos días, rodeado de médicos, sensores y cables dentro de una fría incubadora del Hospital General de Castelló, sus pequeños dedos sólo son capaces de notar las manos cariñosas de Pedro y Victoria, sus padres. A punto de sacar para ganar el Mundial, Diego no puede olvidar que, ahora hace 19 años, sacó para ganar a la muerte. Y lo hizo.
Era el 27 de septiembre de 2003 cuando Diego López Fernández nació. Lo hizo antes de tiempo. Mucho antes. Concretamente, el hijo de Pedro y Victoria vino al mundo con solo 27 semanas de gestación en un parto gemelar por cesárea. Aquel nacimiento prematuro supuso problemas vitales complejos. En la UCI, el menut Diego sufrió complicaciones severas, como, por ejemplo, una serie de hemorragias pulmonares y cerebrales que hicieron pensar los médicos en el peor. La hidrocefalia, la conjuntivitis, la meningitis, el raquitisme, las infecciones… Diego solo tenía unos meses de vida y tenía que remontar contra unos rivales letales. A su lado, incansables, sus padres. Su compañía indestructible en una batalla diaria para sobrevivir, un desafío cada hora que pasaba en el reloj.
Pero, las semanas avanzan y el combativo niño de Onda no se rinde. Parece que en su código genético se ha implantado la resistencia y la superación. Eso sí, con todos los problemas que ha sufrido y debido de a los coágulos cerebrales, los doctores advierten la familia que es muy probable que Diego acabo con parálisis cerebral, o ciego, o con problemas para hablar y andar. La partida será larga y será dura, pero no está perdida.
Diego empieza, poco después, el proceso de rehabilitación en un centro especializado, con otros niños que presentan los mismos daños cerebrales. De repente, los coágulos desaparecen del cerebro del futuro campeón del mundo de pilota. Hay que mantener la calma, pero la recuperación es más que sorpresiva y, cómo un regalo inesperado, Diego empieza a sacar provecho de su capacidad para andar, para correr, para practicar deporte. Siempre apoyado por sus padres, el niño de Onda se divierte con el fútbol, el baloncesto, la natación, el kárate, el hípica, el balonmano y, por supuesto, la pilota.
De hecho, hasta la edad de infantiles, Diego destaca en el balonmano y en la pilota. Tanto, que los sábados se ve obligado a compaginar partidos en los pabellones y partidas en los trinquetes. Kilómetros contrarreloj, viajes dulces para una familia que durante meses tuvo que recorrer diariamente el camino de Onda al Hospital de Castelló con el miedo instalado en el cuerpo. Ahora bien, entre el talento para el balonmano y la pilota, Diego tendrá que elegir. Lo hará por la vaqueta.
Lo que vendría después está ya escrito en letras doradas en la historia reciente de la pilota en Castelló. Destacado jugador en todas las modalidades de los juegos escolares, campeón de todo en las categorías inferiores, una cascada de títulos y reconocimientos llena el currículum deportivo de Diego, consolidado hoy cómo uno de los habituales del trinquete en la escala i corda profesional. Su eclosión ha llegado tarde como para que su gran referente, Paco Cabañas "Genovés", lo pudiera haber contemplado en plenitud, pero ha venido con el tiempo suficiente como para compartir vestuario con las figuras que un día Diego admiró de pequeño. Con todo, el de Onda es la gran esperanza de las comarcas castellonenses, huérfanas de figuras desde hace demasiado tiempo. Un jugador que, más allá de sus virtudes sobre las losas, ha calado en los aficionados, de los más mayores a los más pequeños. Un nuevo referente que augura tardes para el recuerdo. Pero eso, ya vendrá.
El viento continúa soplando y Diego López abre los ojos. Allí, en la plaza Generalitat de Alzira, están sus compañeros, y los belgas, y sus padres. Allí está la pelota, cómo siempre, en su mano. Allí está, en definitiva, la vida que le esperaba. La que se merecía aquel niño que remontó una partida contra la muerte. Diego saca para ganar el Mundial sin saber que hace 19 años que ya es el campeón.