Opinión

Violencia sutil

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Hace unas semanas, escuché a una diputada en les Corts decir que todos, sí, todos, en masculino, estábamos en contra de la violencia de género. Obvio. Creo que a nadie que milite en un partido democrático y pertenezca a nuestras instituciones le parecerá bien que los hombres asesinen mujeres. No fue más que una frase hueca que conduce a la nada. A quedar estancadas en las condolencias y mensajes de repulsa en redes sociales, o ni eso, porque poco se acuerda el presidente del gobierno, Mariano Rajoy, de publicar alguna mención cuando, frecuentemente, alguna mujer es asesinada por otro maldito machista.

Para una parte de nuestra sociedad, y lo que es más grave, para muchos y muchas de nuestros representantes públicos, la corrección política acaba cuando no hay sangre por medio. Y me refiero a que mientras el machismo muestra su cara más brutal, el asesinato, existe consenso a la hora de reprobarlo. Pero cuando el patriarcado no aprieta con tanta fuerza, cuando sólo “ahoga suavemente”, no sólo no se critica, sino que se pasa por alto o incluso se ridiculiza a quienes lo denunciamos públicamente.

Recientemente, en el pleno de les Corts Valencianes, debatimos una proposición de ley para modificar las leyes reguladoras de las instituciones de la Generalitat y garantizar la paridad en sus órganos. Desde mi escaño, y con indignación, pude confirmar que un par de grupos parlamentarios desconocen el significado del término violencia política. Que no saben que para que las mujeres podamos participar en los asuntos políticos y públicos en condiciones de igualdad con los hombres, hay que tomar medidas que acaben con la marginación histórica tal y como indica la CEDAW ( Convención para la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer ) en su recomendación general número 23. Que garantizar la justicia en la representación en los órganos de la Generalitat les parecía una medida visual y no algo que se corresponda con la realidad social, en la que las mujeres somos, ni más ni menos que el 50%. Hablaron de límites postizos, de imposición. . . ¿acaso no es impostado un parlamento formado mayoritariamente por hombres? ¿viven los partidos Popular y Ciudadanos en una realidad paralela en la que la mayoría de la población son hombres? ¿O acaso cuando hablan de acceder a las instituciones exclusivamente por mérito y capacidad insinúan que las mujeres somos menos competentes en la materia y por ello estamos en minoría?

No reconocer que el sistema patriarcal nos excluye sin apenas hacer ruido, que salir del ámbito privado para las mujeres es una auténtica carrera de obstáculos, que el reconocimiento de nuestros derechos no se ha producido ni se producirá jamás de forma espontánea, es negar nuestra propia existencia.

Hace poco más de un mes, en comisión parlamentaria, fui increpada por los grupos de la oposición por exigir que los mismos recursos que en su día se emplearon en la lucha contra el terrorismo de ETA se dedicaran ahora contra el terrorismomachista. Parece que el consenso y las buenas formas se acaban cuando hablamos de compromiso efectivo, de cambiar intenciones por líneas en los presupuestos generales del Estado.

Y así, es como cada día la desigualdad pasa por encima de nosotras cual apisonadora. No sólo nos maltratan las armas y los puños, también lo hacen las palabras, incluso los silencios y por supuesto, los vetos no escritos.

Terminaré contando que tras más de dos años como diputada en las Cortes Valencianas, estoy cansada de escuchar “galanterías” hacia las compañeras, de aguantar piropos, de formar parte de “rankings sotto voce” que proclaman quién es la más guapa del hemiciclo, de comentarios sobre nuestra simpatía y de observar corrillos donde se toman decisiones y en los que pocas veces participa alguna mujer.Porque eso, aunque sutil, también es violencia.

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