Declarado, en 2009, Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO, el Tribunal de las Aguas de València es considerada la institución de justicia más antigua de Europa que, todavía, a día de hoy, sigue en activo. Heredada de los tiempos de Al -Andalus, esta organización fue perfeccionada tras la conquista del Reino de València por Jaume I y, desde entonces, se ha mantenido como el modelo de justicia por excelencia para resolver los problemas del agua en las tierras de la ciudad.
Constituido por los síndicos de las ocho acequias de València – Quart, Benàger-Faitanar, Tormos, Mislata, Mestalla, Favara, Rascanya y Rovella – el Tribunal de las Aguas ha resistido, inamovible, al paso del tiempo. “Ni la València foral, ni el centralismo de nuevo cuño borbónico, ni las Cortes de Cádiz de 1812 restaron jurisdicción a este tribunal que, pese a los años, sigue siendo reconocido ya no solo por el pueblo valenciano, sino por la Constitución española de 1978, nuestro Estatuto de Autonomía, la UNESCO y otros organismos internacionales”.
Sus miembros, todos ellos de conducta intachable y buena reputación, son elegidos democráticamente por sus compañeros. “Los únicos requisitos son ser propietario, agricultor y trabajar las tierras y, además, ser lo que llamamos en valenciano ‘un home bo’”, explica Jose Alfonso Soria García, actual presidente del tribunal. De esta manera, primero, dentro de la junta de cada acequia se elige al síndico, su representante; para después, dentro del tribunal votar para designar al presidente y vicepresidente, que velan por el cumplimiento estricto de las normas. “Es todo un honor formar parte del Tribunal de las Aguas y, quizá, sea precisamente la democracia que rige esta institución la que la convierte en una autoridad respetada por todos”.
Y es que lo que dicta el tribunal en sus juicios no tiene apelación alguna. “Funciona ahora igual que hace mil años”. Siguiendo lo marcado por viejas ordenanzas, transmitidas por vía oral desde tiempos de los árabes, y escritas desde principios del siglo XVIII, el presidente y sus vocales se reúnen, cada jueves, a las doce del mediodía, en la puerta de los Apóstoles de la Catedral de València para dirimir los conflictos del agua.
Síndico-presidente y vocales se ven ayudados en su trabajo por la figura del Guarda de la Acequia, encargado de que el agua llegue a todos según su turno de riego y comunicando las infracciones cometidas para que éstas sean denunciadas y juzgadas ante el Tribunal de las Aguas, una institución con potestad sobre el conjunto de las acequias de la ciudad, pero, sobre todo, con una autoridad moral, que se traduce en el respeto que se tiene a sus sentencias, pues nunca ha sido necesario acudir a la jurisdicción ordinaria para el cumplimiento de las mismas.
Ni la València foral, ni el centralismo de nuevo cuño borbónico, ni las Cortes de Cádiz de 1812 restaron jurisdicción a este tribunal
De hecho, aún cuando se ha dado el caso de juzgar a un síndico del tribunal, “éste se ha desprovisto de la blusa característica que visten todos los miembros con gran dignidad, cual toga de magistrado, para situarse en el lugar de los acusados y esperar la deliberación”. Sin duda, una lección de humildad y respetabilidad hacia todo lo que representa el Tribunal de las Aguas que le ha permitido ganarse la estima del pueblo valenciano, salvaguardando esta institución a lo largo de los siglos como parte fundamental de nuestra identidad.
El juicio
“Cuando surge un conflicto entre regantes, lo que primero que hay que hacer es comunicárselo al Guarda de la acequia para intentar llegar a un acuerdo. Si no es así, el denunciante y denunciado son citados ante el tribunal para el jueves siguiente”, explica Jose Alfonso Soria. “Los motivos de las denuncias versan sobre conflictos en los turnos de riego, rotura de canales o muros, ‘sorregar’ echando agua en campos vecinos que dañan la cosecha o tener las acequias sucias impidiendo la normal circulación del agua, entre otros”.
De esta manera, cuando el juicio comienza, los síndicos toman asiento en sus respectivos sillones, mientras el Alguacil del Tribunal va llamando públicamente a los denunciados de cada una de las acequias. Si los hay, éstos acuden acompañados por el Guarda de la Acequia que expone el caso o presenta al querellante si hay acusador privado. Al acabar con la frase ritual ‘És quant tenia que dir’, el presidente da el turno de palabra al acusado.
Durante el juicio, que se desarrolla íntegramente en lengua valenciana, todos intervienen en su propio nombre, sin abogados ni documentos escritos, tan solo haciendo uso de la palabra y pudiendo aportar testigos e, incluso, inspección ocular conocida como ‘la visura’. Tanto el presidente como el resto de miembros pueden hacer las preguntas necesarias antes de la deliberación, en la que no participa el síndico de la acequia a la que pertenecen los litigantes para garantizar la imparcialidad. También es norma que si el denunciado pertenece a una acequia de la derecha del río, la sentencia la propongan los síndicos de las de la izquierda, y viceversa.
Tras la deliberación, si la sentencia es condenatoria, el presidente lo comunica como marca la tradición: “Este tribunal li condena a pena i costes, danys i perjuins, en arreglo a Ordenances”, encargándose el síndico de la acequia en cuestión de la ejecución de la misma.
Proyección internacional
Cada vez más, y especialmente desde que el Tribunal de las Aguas fuese reconocido como Patrimonio de la Humanidad, más gente se acerca, cada jueves, hasta la puerta de los Apóstoles para conocer de primera mano el funcionamiento de esta institución histórica. “Hasta ese momento, solo se reconocía en València y por algunos juristas que le otorgaban un derecho constitucional. Pero ahora, la proyección es a nivel mundial”, señala el presidente del Tribunal de las Aguas.
Unos juicios públicos que, tras la crisis sanitaria, se volvieron a recuperar. “La pandemia de la COVID-19 nos obligó a reunirnos a puerta cerrada en la casa vestuario a causa de las restricciones. Fue una situación que nos marcó, porque te puedo decir que ha habido guerras y el Tribunal de las Aguas, prácticamente, no ha dejado de constituirse”.
De esta manera, remarca Jose Alfonso Soria, “tenemos una valiosa institución en nuestra ciudad, y es un lujo para todos los valencianos y valencianas que deberíamos conocer. Por eso, les animo a acercarse un jueves, a las 12:00 h, a la puerta de los Apóstoles, para vivir el juicio en primera persona”, y añade, “no tenemos que olvidar que el Tribunal de las Aguas, durante mil años, está impartiendo justicia en el regadío de València. Es necesario seguir impulsándolo para mantener vivas nuestras costumbres y tradiciones porque, al final, es lo que nos define como pueblo”.