Capítulo I: los orígenes
Nací un 10 de agosto del 1998. Por aquel entonces, hacía 33 años de la muerte de Francom 20 de la aprobación de la Constitución y 16 de la proclamación del Estatuto de Autonomía del País Valenciano. Sí, aquel Estatuto que afinaron en Madrid y que hizo que, entre otras cosas, se nos reconociera como una nacionalidad histórica. Con aquel Estatuto se nos robó la denominación de “País Valenciano” (que, ojo al dato, ¡contaba incluso con el apoyo de la UCD!) y los valencianos nos convertíamos en españoles de segunda por la vía lenta.
Crecí en Enguera, un precioso pueblo castellanoparlante de La Canal de Navarrés, una comarca preciosa y muy valenciana, pero donde se vive al 100% en castellano. Mis padres decidieron que, a partir de aquel momento, me convertiría en el tercer Jordi de mi pueblo. Desde pequeño, siempre me hablaron del valenciano y los valencianos, pero siempre hice vida, como el resto de la gente de mi pueblo, totalmente en castellano.
Al poco tiempo, empecé el colegio y fui el primero de la clase en aprender valenciano. Me gustaba mucho. Pero claro, imaginad qué artificial era todo: vivía en un lugar donde la única asignatura que daba en valenciano era el propio valenciano. Cuando llegaban las tardes y las vacaciones, y yo sin saberlo estaba haciendo el que sería mi primer acto patriótico: seguir entusiasmado la programación del Club Babalá y los dibujos de Doraemon, el gato cósmico. ¡Y el gato hablaba en valencià, aquella lengua que me enseñaban en el colegio! No obstante, al día o a la semana siguiente, volvía al cole y no encontraba a nadie con quien hablar en valenciano. ¡Aparte de la maestra de valenciano, claro!
Capítulo II: la chispa
Los años pasaron y llegamos al instituto. Allá, nuestras profesoras de valenciano, Mati y Empar, nos descubrieron que nuestra otra lengua estaba más viva que nunca. Cuando teníamos apenas 15 años cerraron Canal 9, y dejamos de tener referentes en valenciano. Todavía no existían las cuentas de Tik Tok en valenciano, ni tampoco los Valençúbers o medios como este. Estábamos huérfanos de referentes en valenciano. Aún así, recuerdo con mucho cariño cuando salí a leer en mi pueblo castellanoparlante un poema de Estellés, junto a mi mejor amigo. Leíamos la mitad cada uno, y aquel día me sentí muy orgulloso.
El PP censuraba los monólogos de Xavi Castillo en mi pueblo (y en muchos otros) e, incluso, una vez se atrevieron a criticar un concierto de Pep Botifarra, que mantiene vivas las canciones de nuestros abuelos. Pero no todo era oscuro en aquella época. Gracias a nuestras profesoras, descubrimos a grupos como Obrint Pas. Era todo un espectáculo ver a la gente de clase pedirle a la profesora que pusiese la canción de La Flama de Obrint Pas antes de salir al patio. Y, por suerte, a algunos se nos encendió una flama dentro, que hoy hace más luz que nunca.
Capítulo III: el viaje
Cuando cumplí los 18, decidí cumplir mi sueño de hacerme periodista y politólogo a la vez, y, para ello, tuve que marcharme a Madrid. Aunque pueda resultar una paradoja, fue la primera vez que hice vida en valenciano. Pronto llegaron los primeros compañeros valencianoparlantes en la universidad; llegó mi primer concierto en valenciano (¡Aspencat en Madrid!); incluso, llegó mi primer amor en valenciano. A pesar de todo y contra todo, empecé poco a poco a pensar, también, en valenciano, a vivir en valenciano e, incluso, a soñar en valenciano.
En aquellos años, empecé a hacer periodismo. Siquiera me planteé en qué lengua escribiría, ya que no tenía ninguna duda: en castellano, que como canta Zoo, “suena más verdad”. Los meses, y los 9 d’octubre fuera de casa pasaron delante de mí, a toda velocidad. Un día, sin prácticamente darme cuenta, ya estaba escribiendo en valenciano. Y no fueron pocas las personas que me tildaron de ingenuo, o me dijeron que no llegaría a mucha gente. En realidad, me di cuenta de que tenía suficiente con llegar a MI gente, con contar sus historias y poder tener el privilegio de contar al mundo cómo son la tierra y la lengua de las que cada día me siento más orgulloso.
Capítulo IV: un futuro por construir
Todo esto no es un epílogo: no ha hecho más que comenzar. Al fin y al cabo, una carta cuenta unos hechos que han ocurrido hasta el momento presente, pero el futuro está por escribir. Y necesitamos muchas manos para escribir el futuro de nuestra tierra y nuestra lengua. Muchas manos para escribir un futuro donde podamos escribir, vivir y amar plenamente en valenciano.
Estimados castellanoparlantes valencianos, esta carta es la forma que tengo de deciros que no lo dudéis si lo estáis pensando. Que uséis la que también es nuestra lengua. A quienes tenéis miedo por si cometéis errores. A quienes pensáis que llegaréis a menos gente. A quienes la habláis, pero dudáis cuando tenéis que dirigiros a alguien en valenciano. Tenemos que seguir luchando unidas hasta que, algún día, la historia de un castellanoparlante que hizo del valenciano uno de sus grandes amores sea sólo una anécdota.
Hasta que dejemos de permitir que haya niños que no tengan la opción y el derecho de hacer su vida en valenciano y tener referentes y estímulos en su otra lengua. Hasta que seamos verdaderamente bilingües y entendamos que las lenguas abren puertas y nunca brechas. Hasta que entendamos que la diversidad nos enriquece y nos hace más fuertes como Pueblo. Hasta que entendamos que nuestras dos lenguas son el mayor orgullo que tenemos como valencianos. Hasta que, en definitiva, seamos conscientes de nuestra enaltecida condición de ser Pueblo —como diría Estellés—, debemos seguir luchando. Y caer y levantarnos una y mil veces.