Opinión

De “tardes”, “patates” y una forma de hablar muy “maca”

Un día asistí a un debate sobre el uso del valenciano y las redes sociales organizado en la ínclita House of Varietats del barrio del Carmen de València. Allí, junto a gente que crea contenidos en valenciano —como Fran Tudela (Cabrafotuda), David Belda (Escola Valenciana), la streamer de Benicarló Simmer Valenciana, la actriz Nina Baifer o el cómico Raúl Diego— debatimos sobre la situación del valenciano entre la juventud y, cómo no, en las redes sociales.

En uno de aquellos momentos, hablábamos sobre cómo empezamos a hacer contenidos en valenciano. Contando mi historia, expliqué cómo, nada más llegar a Barcelona, dije “bona vesprada” a una funcionaria de la universidad. Lo que nunca me hubiese imaginado es que me respondiese con un “no, no está Clara”. Yo, atónito, pensé que, probablemente, no me habría escuchado bien, y volví a repetirle: “bona vesprada!”, educadamente. Y, para mi sorpresa, la respuesta fue la misma. ¿De verdad hay gente en Catalunya que no sabe lo que significa la palabra “vesprada”? Semanas más tarde descubrí que, detrás de este hecho aparentemente inocente había mucho más.

La homogeneización del habla

En aquella charla, detrás de mi testimonio vinieron los de otras compañeras del debate. En nuestro momento de confesiones, nuestro particular #MeToo, incluso la gente del público salió a contar cómo había sufrido cierto menosprecio por hablar en valenciano en Barcelona. “Incluso hay gente que se cambia al castellano cuando les hablo en valenciano”, espetó una voz entre el público. “La mitad de los catalanes creen que valenciano, mallorquín y catalán son lenguas diferentes”, dijo el compañero David, de Escola Valenciana, quien se había estudiado bien las estadísticas.

Cuando hablo en valenciano en Barcelona me siendo, a menudo, un extraño. Siento como si mi forma de hablar no fuese correcta. Como si les fuese ajena. Como si las palabras que yo empleo para definir y describir el mundo no sirviesen para explicarlo aquí. Como si hubiese una creencia generalizada de que el valenciano, para la música y la fiesta bien, pero a la hora de hacer cosas serias, mucho mejor “aixecar-se” que “alçar-se” y mucho mejor una rosca de “pa amb tomàquet” que un bocata de “cansalà amb botifarra” (que no butifarra, ojo). Lo vimos con algunas críticas desde Cataluña al valenciano con que Rafa Lahuerta escribió su novela Noruega, y lo vemos cada vez que un valenciano consigue hacer historia creando cultura autocentrada valenciana. 

Nuestro combate contra la diglosia

Ya hemos tratado en anteriores artículos cómo molesta en ciertos ámbitos de Cataluña que los valencianos llamemos a nuestra lengua valenciano desde hace centenares de años. ¿Por qué parece que la única manera legítima de hablar es la de Barcelona, que también se impone sobre otras hablas y variedades que se hablan en Cataluña? Si queremos normalizar las relaciones entre todos los territorios del dominio lingüístico es hora de que normalicemos e impulsemos las diferentes formas de hablar y las diferentes palabras con las que nos referimos al mundo. Es hora de que, como cantaba La Gossa Sorda, un “t’estime” valga lo mismo que un “t’estimo” y, por supuesto, que un “t’estim”, como dicen nuestros queridos amigos mallorquines (que también tienen motivos de sobra para quejarse, por cierto).

Seràs la veu d'eixe Poble que crida / Autor: Pedro Zorrilla Adsuara (@pedroads_) / Canción original: La Fúmiga

Como ocurre con otras lenguas como el alemán, el italiano o el árabe, el catalán ha construido su estándar. Pero, por desgracia, parece que intentan que el barcelonés sea el único estándar lingüístico posible. A veces, da la sensación de que, a la hora de la verdad, los valencianos y todas nuestras hablas estemos condenados a hablar la lengua tal y como ellos la quieren. Llegar a Barcelona hartos de la falta de oportunidades laborales y sufrir de un proceso de asimilación cultural. 

Tener que cambiar nuestra forma de nominar la realidad para integrarnos puede parecer, en ocasiones, la mejor idea para no tener problemas, pero…¿De verdad es una buena idea? ¿De verdad podemos permitirnos renunciar a nuestra valencianía? Todavía recuerdo aquellos “tranquilo, acabarás hablando como la gente de Barcelona en unos meses, no te preocupes” que me decían cuando llegué. Quien pierde los orígenes  —como cantaba Raimon— pierde la identidad. Y no nos lo podemos permitir.

https://www.youtube.com/watch?v=WGCevTm3nps&ab_channel=MalditoRecords

El valenciano y la autoestima

Ahora que hemos perdido el miedo, hemos sacado a los más de 40 ladrones —aunque todavía nos quede algún Alí Babá suelto por el sur valenciano— y nos hemos levantado contra todos aquellos que daban por muerto a nuestro Pueblo, puede que sea un buen momento para dar un paso hacia adelante y defenderlas hablas y expresiones valencianas. Hablar en una variedad lingüística ajena a la nuestra nunca ha sido una opción. Si nos entendemos perfectamente con el gran Jorge Pueyo cuando nos habla en aragonés y nosotros hablamos en valenciano, ¿cómo no nos va a entender un catalán de Barcelona? No podemos aceptar esta lógica que nos condena al olvido o, lo que es peor, al autoodio.

Colectivos como El Tempir d' Elx o el departamento de Lenguas de la Universidad de Alacant, que defienden las palabras, expresiones y hablas del sur del País Valenciano, marcan el camino. Un camino para todo el País Valenciano. De esperanza, alegría y optimismo. Y también —por qué no decirlo— de futuro. La defensa de nuestras formas de hablar es fundamental para nuestra autoestima como Pueblo. Pero también lo es para nuestro renacimiento político, económico y cultural.

Porque no queremos ser más ni menos que nadie. Precisamente por eso. Es hora de que a los valencianos nos empiecen a respetar como Pueblo. Es hora de que el resto del mundo entienda que, porque aquí veamos el mundo con diminutivos, no somos menos que nadie. Es el momento de los valencianos, de nuestra propia vía y de nuestro propio camino, sin paternalismos ni imposiciones desde fuera. Los valencianos queremos vivir, como dijera un día Jaume I, “honestament e altres no agreujar”. Ahora bien, que tampoco nos toquen los…¡Parlars!