Pasada ya la nefasta efeméride del 29 de junio, fecha de publicación del decreto de Nueva Planta que nos arrebató a los valencianos nuestra conciencia como pueblo, y que este año tan acertadamente la Asociación de Juristas Valencianos convocó la enésima reivindicación de la restitución de nuestro derecho civil propio, me viene a la mente esa valiente Declaración Valencianista de allá 1918, ya más que centenaria y que nos demuestra que todavía somos y estamos. Para encarar el verano desde Valencia Extra de una manera comprometida después de haber asistido al maravilloso concierto de Antonia Fuente en los jardines de Viveros.
El 14 de noviembre de 1918 el diario "La Correspondencia de Valencia" apareció un documento capital en la historiografía del valencianismo: La Declaración Valencianista, unas autenticas bases doctrinales del nacionalismo valenciano, firmadas por Juventud Valencianista y Unión Valencianista. Gracias a ella, los valencianos disponemos de una referencia histórica de la voluntad de autogobierno de nuestro Pueblo a principios de siglo XX. Ya habían patriotas muy intencionados que se atrevieron a izar muy alto la señera de las reivindicaciones y las aspiraciones valencianas.
Rememorar dicha hito supone mostrar el orgullo de saberse miembros de un pueblo, el valenciano, capaz de dar hijos comprometidos en las necesidades y libertades de sus conciudadanos. El valencianismo tiene que ser asumido como ideología marco transversal por encima de las lógicas diferencias que obviamente toda sociedad democrática tiene a su sí. Un valencianismo integrador, capaz de unirnos en la reclamación de las necesidades identificadas por todo el cuerpo social. Un valencianismo pactista y comunitario, capaz de esperanzarnos en el camino del logro de unos anhelos queridos por la gente que vive en nuestra tierra.
Tenemos una conciencia colectiva propia tan débil que los valencianos necesitamos promover, favorecer y cuidarla día a día. Ser y sentirse valenciano siempre ha sido complicado, a veces polémico, pero ahora casi parece heroico, sin que te acusan de secesionista o culpable de sedición. Si había sentado ardua la tarea de componer una Agenda Valenciana ante Madrid que posara sobre la tabla la financiación injusta, la deuda histórica, el déficit sistèmic de inversiones, el corredor mediterráneo, el plan hidrológico… parece ser que de un golpe se nos puede caer el frágil castillo de naipes que la Comunidad Valenciana había conseguido levantar, no sin problemas. Un lánguido valencianismo transversal había calado en todo el arco parlamentario valenciano, dando por hecho ciertos planteamientos y reclamaciones básicas y asumidas por todos.
Hace falta relato, como por ejemplo impera. El nuestro, el de los valencianos, en estas horas de transición, cómo escribió el admirado Luciera Lucia, tendría que concentrarse a plantear alto y claro el perfeccionamiento del actual Estado Autonómico. Superar el Título VIII de la Constitución, resultado de una época concreta y convulsa, para dar salida a otro momento igual de histórico y complejo, el actual. Cerrar de una vez la configuración territorial de España, de una manera permanente y definitiva. Si es el modelo federal lo plausible para avanzar en la ensambladura territorial hispánica, hágase puix. Si la inevitable reforma de la Constitución de 1978 hace posible la renovación de los pactos convivencials entre Las Espanyes, sea. El enrocament nos llevará al desastre, el inmovilismo es suicida y los valencianos no podemos ser otra vez moneda de cambio del involucionisme más rampante.
El camino de la Comunidad Valenciana tendría que guiarse por la exigencia de ese nuevo pacto territorial con el Estado. Una España basada en dos principios básicos: la solidaridad entre los ciudadanos y la singularidad de los territorios. Todos los ciudadanos tienen que ser iguales y recibir los mismos servicios, todos los territorios tienen que ser autónomos política y financieramente. El gobierno central velará y ordenará los mecanismos pertinentes para asegurar la equidad entre todos los ciudadanos, pero Madrid ya no podrá decidir arbitrariamente inversiones e infraestructuras. El sistema del cupo vasco y el convenio navarro tendría que extenderse al resto de territorios, así cada uno se administraría veraz y eficazmente según su capacidad de generar riqueza y oportunidades. Y las injusticias y discriminaciones de trato entre comunidades se acabarían de una vuelta por todas. Ciudadanos iguales en territorios soberanos, el nuevo pacto hispánico para un futuro en común. Aunque cómo dice mi amigo Fernando de Rojas, aun así ese concepto de país a solas está a mi cabo, quizás...
Lluís Bertomeu Torner