Opinión

La herencia: tres generaciones de valencianismo y de antifascismo

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Som i serem // Il•lustració cedida per Cesc Roca (@cescrocastudio)
Som i serem // Il•lustració cedida per Cesc Roca (@cescrocastudio)

Capítulo I: el tío Alfredo

Mi tío Alfredo fue el primer valencianista de mi familia. Él nació en Enguera, nuestro pueblo castellanohablante de La Canal de Navarrés. Durante los últimos años del Franquismo, muchos lo tildaban de loco cuando echaba panfletos contra el régimen desde su Citröen, mientras una procesión recorría las calles de València. Y todo esto, en plena Semana Santa.

Ya en democracia, Alfredo fue concejal de izquierdas por Bandera Roja durante 4 años. Era la primera legislatura de democracia municipal después de 40 años de dictadura. Y quitó los nombres de los fascistas de las calles del pueblo cuando todavía no existía eso de la memoria histórica. E impulsó una nueva biblioteca y un cineclub. Al tiempo, fue uno de los fundadores de la Unidad del Pueblo Valenciano, el precedente del Bloc Nacionalista Valenciano.

En casa de mi yaya siempre se habló mucho de política. Aquellos domingos eran de paella y sobremesas eternas. Un día, cuando yo empezaba a politizarme, me lo contaron todo. Me hablaron de la cara B de esa militancia de mi tío de la que siempre, siempre, han estado orgullosos.

Me hablaron de aquellas malditas llamadas al teléfono de casa. De cómo lo amenazaban prácticamente cada día para que abandonase. “Te vamos a matar”, le decían en muchas ocasiones. Él, por suerte, siempre fue un idealista y nunca dejó de luchar por aquello en que creía: el valencianismo y el antifascismo. A pesar de darlo todo siempre y recibir muy poco. A pesar de las amenazas y las voces que lo querían silenciar.

Capítulo II: el primo Kiko

Mi primo Kiko nació un día de marzo de 1978, un año antes de que lo hiciera el periodista y ex integrante de Obrint Pas Miquel Ramos. Quien haya tenido hijos durante aquella época por los alrededores del Cap i Casal sabe perfectamente cómo fueron de duros los años de la Batalla de València. Un buen amigo de mi primo murió asesinado, y otro se precipitó desde su balcón.

A Guillem Agulló también nos lo mataron. Y no fue “una “riña entre chavales” como dictaron los tribunales, sino un nazi que pedía bustos de Hitler y libros de propaganda nazi a los Reyes Magos. Las vidas de los chavales de aquella generación quedaron, indefectiblemente, marcadas por aquellos años de violencia, el miedo y, lo que es peor todavía: la impunidad y el silencio mediático.

Porque, como dice Ramos, la violencia no puede ser solución para conflictos que se ganan en las instituciones, pero… ¿Cómo actúas cuando viene un grupo skin “de visita” a quemarte tu local? La generación de Ramos y la de mi primo fue la que, nunca mejor dicho, nos abrió paso. La que se atrevió a cantar rock y ska en valenciano. La primera generación de la escuela en valenciano.

La generación que se atrevió a seguir saliendo a las calles a sabiendas de que tenían todas las papeletas de perder: se enfrentaban a todos esos poderes que la Transición nunca depuró. Jugaron sabiendo que las cartas estaban marcadas. Y continuaron, a pesar de la violencia y a pesar de la impunidad, haciendo las asambleas en valenciano. Y haciendo que esa frase de “luchar, crear, construir poder popular” fuera mucho más que un eslogan.

Capítulo III: mi generación

Nací un 10 de agosto de 1998. En aquel momento, Rita Barberà llevaba siete años en la alcaldía de València. Zaplana había cumplido sus primeros tres años de mandato. Y la izquierda había perdido hacía dos la alcaldía de mi pueblo, después de más de veinte años de hegemonía absoluta. A muchos años de impunidad en las calles les siguieron años de impunidad y poder absoluto en las instituciones. Me crié pensando que no existía una alternativa, sintiendo vergüenza de ser valenciano.

¿Vergüenza? Sí. De ver sucesivamente casos de corrupción, censura y desprecio hacia el valenciano desde las instituciones. Y de escuchar las historias sobre las amenazas a mi tío y los cambios de instituto de mi primo, por temor a una paliza. O a cosas peores. De saber que había caído en el bando de quienes, desde que tenía conciencia, siempre perdíamos. Años después, descubriría que aquello que tanto me había marcado desde pequeño no era otra cosa que el antifascismo. Y descubrí a Obrint Pas primero, y a La Gossa Sorda unos años más tarde. Y, por primera vez, sentí que había esperanza y que la Historia estaba por escribir.

Capítulo IV: un final abierto y una reflexión

A día de hoy, grupos como Zoo o La Fúmiga llenan escenarios por todas partes y la Plaza de toros de València ha dejado de ser patrimonio únicamente de la derecha. Libros en valenciano como Noruega se convierten en éxitos editoriales sin precedentes. Y Miquel Ramos acaba de publicar Antifascistas, un relato coral sobre la historia del antifascismo en España con el que hará historia, y que muero de ganas de leer.

Sin embargo, la derecha radical ha dejado de camuflarse detrás de los aparatos del poder y ha salido a pecho descubierto. Eso sí, con traje y corbata. Y con un objetivo muy claro: desplazar el debate político y los marcos cada vez más a la derecha. Lo que antes hacían con las armas, ahora lo hacen con métodos mucho más sutiles. Y con la misma complicidad de muchos poderes fácticos y el mismo miedo que paraliza.

Mi generación es la que salió a las calles durante la Primavera Valenciana, para decir que ya había suficientes recortes, barracones y suficiente frío en nuestras escuelas. Recuerdo que, mientras calentaba el bocadillo en el agujero de la estufa de clase en el instituto, siempre pensaba en los hijos de quienes mandaban, que seguro que no pasaban frío en sus escuelas privadas. La generación que recogió los frutos de tantos años de lucha y que hicimos posible el cambio de rumbo político en el País Valenciano con nuestros primeros votos.

Ahora, nuestra batalla la hacemos también desde las redes sociales, desde nuevos medios como este desde que os escribo y desde ese canal valenciano que renació de las cenizas y de la manipulación. Han cambiado los medios e incluso muchos posicionamientos del valencianismo que mucha gente de las generaciones que nos precedieron no acaba de entender. Pero, al fin y al cabo, “som la flor que naix de la llavor que vau sembrar. Som les vostres veus i mai no ens faran callar. I no ens podran guanyar mai si ens donem la mà”. Gracias por tanta dignidad. Todavía nos queda todo un futuro para construir.

https://youtu.be/cL2Rfhad-Wk

 


 

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