Opinión

De pérfidas mujeres

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álvaro
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Traidora, desleal, perversa... Así, tal cual, es la imagen que se nos quiere presentar de aquellas personas que siente mujeres, y con mucho de sacrificio personal, han conseguido llegar a ser consejeras e, incluso, vicepresidentas del gobierno valenciano. Y esta imagen acompañada de graves acusaciones viene justamente de la mano -y de los labios- de quienes más tendría que empatizar: de las portavoces de la derecha.

En cuanto a las declaraciones de la caverna no me pienso esforzar lo más mínimo: las mujeres que vivían en Altamira seguramente eran más progresistas que cualquiera "de los" (y hablo en masculino porque lingüísticamente es solo el masculino con aquello que se sienten cómodos) que sientan a la última fila en las Cortes Valencianas. Pero sangriento y desconcertando me resulta la carencia de empatía por parte del Partido Popular. Especialmente cuando las escuchas en boca de la misma Isabel Bonig, quien seguramente habrá sufrido en carne propia el hecho de ser mujer y política. Y a pesar de que ella lo niegue y no haga ascos a considerarse la Thatcher valenciana, no debe de ser nada fácil liderar el PP en un mundo de hombres heteros blancos y de mediana edad, de corbata y zapatos relucientes como espejos, como son casi la mayoría de los diputados que sientan a su lado.

En el pleno del último jueves escuchamos acusaciones fuertes y graves de mujeres hacia otras mujeres que desbordaban misoginia por dondequiera: desde "la mando que mece la cuna" en la "Torquemada del Botánico", pasando por "asesora espiritual del Presidente". "Cuídense", berreaba Bonig, "protéjanse", todo ello, un desagradable espectáculo. La Vicepresidenta primera del Consell tampoco quedó exenta de esta cacería de brujas que ha empezado la extrema y la más extrema de las derechas: "usted señala y el Presidente, sin titubear, obedece", espetaban desde Atapuerca.

No me preguntéis cuál fue la respuesta a estos despropósitos por parte del Presidente, porque no la escuché. Esas cosas pasan en política... A veces no se escucha todo; a veces, incluso, no hay respuesta. Pero sería grave, y francamente no lo debemos de creer, que el Presidente valenciano esté cómodo con una victimización de su persona, como encarcelado por las pérfidas artes de las compañeras. Y, sinceramente, no creo que sea esa la imagen que quiere trasladar quien encabeza el Consell y quien ha demostrado en varias ocasiones que su voluntad, si hace falta con votos, prevalecerá por encima de las otras.

Mi indignación va por quien no es capaz de reconocer que somos las mujeres las que, en esta maldita pandemia, más mal lo estamos pasando: las mujeres que encabezamos las listas del paro; las mujeres que no podemos conciliar (y de corresponsabilidad, puesto que ni nos hablan); las mujeres ahogadas por el techo de vidrio o atrapadas en el sol fangoso en multitud de trabajos; las mujeres que nos dejamos mucho más que la piel para llegar a un lugar de responsabilidad en el trabajo: nos dejamos también la vida y hay quien ahora viene a decirnos que hemos vendido el alma al demonio para querer trabajar.

Las mujeres estamos hartas. O se nos trata con paternalismo o se nos trata como inquisidoras y malévolas criaturas, pero nunca se nos trata con igualdad. Las mujeres que ni siquiera podemos ser "públicas" porque una mujer pública no es el mismo que un hombre público, puesto que incluso en la lengua hay académicos que no creen en la igualdad. Las mujeres que anhelamos trabajar, vivir y ser tratadas con equidad y justicia. Las mujeres que somos feministas, y las que todavía no lo saben pero también lo son, estamos mucho y muy hartas de este trato desigual.

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