Opinión

Lo que el mar no devuelve

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Martes. 27 de noviembre. A las 15:00h, Mónica Oltra y Joan Ribó, como representantes de la Generalitat y del Ayuntamiento de València, ofrecen los puertos de València para que el pesquero valenciano de Santa Pola pueda tomar tierra con 12 personas rescatadas en el mar. València ratificaba su solidaridad, que ya pudimos ver con el Aquarius, pero esta vez el gobierno de Sánchez nos fallaba. Borell, nuestro Ministro de Asuntos Exteriores, Unión Europea y Cooperación, en declaraciones públicas posteriores a la oferta de la Generalitat y el Ayuntamiento, afirmaba que la situación del pesquero valenciano no era responsabilidad española al estar en aguas libias y que la situación de la embarcación no era de emergencia.

El derecho internacional reconoce como puerto seguro aquél más cercano, pero no creo que sea muy difícil de entender que desembarcar las personas rescatadas en Libia sería poner en peligro su vida, un país donde las mafias operan libremente, donde existe trata de mujeres con fines de explotación sexual o donde las mafias venden esclavos. En este caso 12 personas han sido rescatadas, pero muchas otras que no trascienden a lo público han quedado por el camino.

Sólo conocemos datos oficiales, pero no sabemos nada de aquellas personas que mueren intentando encontrar una alternativa viable de vida. No sabemos cuánta gente muere intentando llegar a la costa europea; ya sea en una embarcación o nadando, o incluso toda esa gente que desaparece en el largo recorrido al que se le obliga a hacer a mucha gente.

Hace muy poco, alguien me recordaba la frase de Eduardo Galeano que decía que “mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”, y es que la valentía del gobierno valenciano y del ayuntamiento son honrables. Aun así, la deuda que tenemos los países occidentales con los países africanos es incalculable. Hemos sido un constante obstáculo en el proceso en el que ellos mismos puedan desarrollarse como países, tratando de compensar ese daño con un intervencionismo europeo que muchas veces sigue oliendo a colonialismo.

África no es pobre. La constante extracción de riqueza y de recursos de los países occidentales hacia los paises africanos sigue siendo una tendencia histórica. Escribía Mark Curtis que ​“en 2015, los países de África recibieron 161.600 millones de dólares, en su mayoría mediante créditos, remesas de particulares y ayuda en forma de donaciones. Aun así, 203.000 millones salieron de África, tanto de manera directa (mediante la repatriación de los beneficios de las grandes corporaciones y el el traslado ilegal de dinero fuera del continente, sobre todo) como indirecta, a causa de los costes que el resto del mundo impone por el cambio climático.​ ” El expolio de áfrica por parte de los europeos ha generado numerosas situaciones de desestabilización de muchos Estados, nada casual, para poder imponer élites extractivas locales que, en colaboración con los países expoliadores, generan un escenario donde las personas corrientes de aquellos países no tenga un futuro, de ningún tipo. Mientras haya gente dispuesta a salir de su país, aun sabiendo que pueden morir en el camino, con tal de buscarse una vida, algo que su país no le puede ofrecer por causa del expolio, seguirá habiendo inmigración.

Creo que quien mejor ha podido relatar esta situación ha sido Sani Ladan, un estudiante de Relaciones Internacionales y que migró de Camerún hacia Europa que narra la dura experiencia de intentar llegar a Europa. 2 años de dura travesía, habiendo dejado compañeros por el camino. Y eso lo cuenta alguien quien a sí mismo se consideraba con una muy buena situación, de privilegio, en su país de origen, Camerún. Alguien que sale para estudiar, no por hambre, y que se ve obligado a esa tan dura e inhumana travesía causada por los acuerdos entre los países subsaharianos y los europeos para restringir al máximo la salida de personas, poniendo el máximo de obstáculos posibles por el camino.

Parece ser que aquellos derechos inherentes al ser humano que recoge la Declaración Universal de Derechos Humanos como que “todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos” o que “toda persona tiene derecho a circular libremente y a elegir su residencia en el territorio de un Estado” siguen siendo un papel mojado que nos sirve a occidente como alfombra sobre la que esconder las vergüenzas que causamos en África.

Pau de Miguel. Politòleg.

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