[match id=216 template=futbol]Anclado a la línea de medios, quizás el hábitat en el que mejor se desenvuelve, con la finalidad de dotar de estabilidad al colectivo, no parece muy oportuno dejar pensar a Lerma cuando se acerca a las inmediaciones del área contraria. Lo demostró con hechos en el choque que midió al Levante y al Mallorca en Orriols.
La noche adquirió espesura cuando contactó con el esférico al bordear el área de la entidad mallorquinista aunque algo escorado sobre el perfil izquierdo del ataque granota. Lerma domesticó el balón y se sacó un latigazo seco y duro que buscó la escuadra de la meta defendida por Becerra. El esférico en su vuelo trazó una diagonal letal. La acción del portero balear fue estéril.
Ayudó Chema con un cabezazo inapelable que minimizó la diana que antes del primer cuarto de hora había conseguido Ansotegi. El Levante volvió a superar una situación repleta de adversidad en un nuevo ejercicio de fe y de supervivencia. Se trata de un destino que le acompaña en las últimas semanas de la competición liguera.
El líder tiró de galones y de calidad para consignar la quinta victoria consecutiva en el Ciutat, que le permite aferrarse con fuerza al liderato de LaLiga 1|2|3. Su obstinación es incorruptible y conmovedora. La escuadra granota se siente invulnerable cuando salta al verde del feudo de Orriols. Nadie puede atarle y doblegarle. No hay cadenas que le aprisionen, ni grilletes que le atenacen. Ni tan siquiera después de verse en desventaja en el luminoso al poco de comenzar la batalla.
El partido volvía a surgir aristado como aconteció la pasada semana en Almería o hace quince días en el Ciutat frente al Real Valladolid. Hay encuentros que nacen desde la melancolía. La estrategia balear propició que las torres defensivas del grupo que conduce Fernando Vázquez dieran dos pasos al frente para rodear la portería de Raúl. Ansotegi saltó liberado de cualquier marca para fustigar la red del cancerbero levantinista. Volver a empezar con un bajón anímico. No obstante, el Levante se siente fuerte y seguro. No hace falta que conjugue con su mejor versión para mostrar sus credenciales.
En ese sentido, el compromiso del colectivo y la fe en sus opciones le guían hacia la victoria y le permiten superar todas las adversidades que siembran de dudas cada confrontación. Su confianza parece ilimitada.
En perspectiva, quizás habría que resaltar dos momentos claves para decantar el sentido de la cita liguera. El gol de Chema, también en una acción de laboratorio, condensó la exquisitez y la celeridad de la respuesta local. El golpe mallorquinista no aturdió al equipo de Muñiz, aunque durante buena parte del primer acto el balón fue propiedad exclusiva de los futbolistas foráneos que lo lograron esconder y alejar de la mirada azulgrana.
En esa fase del juego Moutinho tocaba con clarividencia imponiendo el tempo y su clase. El disparo de Jefferson Lerma demostró el veneno que esconden las botas de los jugadores azulgranas. La calidad se convierte en un factor diferencial que permite mudar tendencias. Se trata de una máxima en la disciplina del balompié.
El líder acostumbra a afrontar enfrentamientos complicados de domesticar. El factor emocional parece aliarse con sus rivales. La motivación de enfrentarse al grupo que marca el ritmo de la competición se convierte en un acicate y conlleva un plus de peligrosidad que la escuadra levantinista debe manejar.
Sucedió en diversos periodos del partido, principalmente en su etapa final con el Mallorca volcado sobre la meta de Raúl tratando de agarrarse a un duelo que se le marchaba. Quizás en líneas generales al Levante le faltara fluidez y solidez para gobernar el encuentro en su totalidad, pero le sobra talento y también voluntad.
Ese empeño y esa tenacidad, que barnizan un espíritu indómito, le llevaron a no claudicar tras el gol de Ansotegi y a revolverse con fiereza tal y como ocurrió ante el Valladolid o Almería, para aprisionar un nuevo triunfo que realza su imagen en la clasificación.