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Si se decidiera extrapolar el tratado de doctrina política escrito por Maquiavelo en el Siglo XVI, es decir, El Príncipe, a la disciplina del balón, habría que acentuar sin ambages el tremendo valor del punto obtenido en el Ciutat de València por la escuadra azulgrana en un choque repleto de conjeturas ante el Getafe de José Bordalás.
No se sintió especialmente cómodo, ni tampoco dichoso, el grupo azulgrana en el cómputo general de un duelo que recordaba batallas no tan añejas, ni excesivamente alejadas, entre ambos adversarios en el marco de la opulenta Primera División. De hecho, ese aroma que desprendía el partido pudo percibirse en la instalación del barrio de Orriols desde el mismo nacimiento del encuentro. Partido superlativo entre rivales osados. En términos numéricos podría advertir que la distancia del Levante con sus más inmediatos perseguidores aumenta hasta alcanzar los siete puntos cuando resta una semana menos para el fin del ejercicio.
Desde ese prisma, enfatizaría la condición de líder del grupo que conduce Muñiz así como su capacidad de resistencia para no sucumbir en un día en el que su fútbol se tiñó de tonos grises. El axioma es antiguo; cuando la victoria se resiste adquiere notoriedad no perder.
El ciclo comenzaba a adquirir una profundidad extremada y desmedida. Cinco batallas; cinco triunfos con unos réditos absolutos en forma de puntuación: quince puntos que nutrían el expediente levantinista. Partía el Levante para sumar su sexto triunfo enlazado en el Ciutat. El asunto no era menor. Invadir el coliseo de Orriols parecía una auténtica quimera. Después del golpe de jerarquía y de autoestima que supuso domesticar al Mirandés en su entorno más cercano, el campeonato proponía otro desafío de enormes proporciones. LaLiga 1|2|3 se caracteriza por no ofrecer ningún tipo de tregua durante su desarrollo. Se trataba de dar una nueva zancada ante un rival con el que el Levante comparte analogías, proyecciones y sueños.
No fue un partido sencillo. Su atmósfera parecía condensada desde que amaneció. Lacen agujereó el corazón azulgrana en una acción que nació desde la estrategia. Ese componente cuenta con un peso específico indiscutible en el marco de la Categoría de Plata. De hecho, el Levante logró responder al gol del bloque visitante al apelar a esa práctica.
Natxo Insa restituyó el luminoso con una sutil vaselina que germinó desde un saque de esquina botado desde el costado derecho del ataque local. En cierto modo, el duelo seguía el guion de las últimas comparecencias granotas en su escenario. Gol en contra para navegar a contracorriente. La diana de Lacen obligaba a la escuadra local a realizar un titánico esfuerzo para recomponer la situación. Y no tardó en conseguirlo, aunque de manera parcial puesto que la victoria final se resistió.
Natxo Insa condensa parte de las singularidades que caracterizan a este Levante. Insa nunca se rinde y su corazón no es refractario al sufrimiento. El mediocentro se estrenó como goleador con la camiseta azulgrana con un toque evanescente y delicado desde fuera del área que planeó sobre las cabezas de una multitud de defensores. Su celebración fue tan racial como sus movimientos sobre el campo.
En cualquier caso, no parece una tarea fácil someter a equipos del perfil del Getafe. Parece incuestionable que el grado de dificultad es mayúsculo. El proceso de mimetización entre el equipo y los caracteres de José Bordalás ha sido rápido y veloz. Las trazas del preparador son totalmente visibles, pese al escaso tiempo compartido desde su aterrizaje. La cuestión resalta la calidad de su trabajo.
El Getafe planteó un jeroglífico irresoluble a la mirada de su oponente. El bloque partió desde el orden y desde el esfuerzo general y grupal para convertir el césped en un campo minado. El oponente estrechó el campo, plantó las líneas para definirlas con precisión, al evitar grietas y puntos de fuga, y adelantó sus piezas para cuestionar la salida del Levante desde atrás. Por instantes lo consiguió al confundir al bloque blaugrana. Y cuenta con jugadores intrépidos que sienten el fútbol.
Le costó al Levante ver el fútbol con la claridad que acostumbra. El colectivo de Muñiz estuvo falto de referencias para madurar la confrontación y asestar el golpe definitivo después de restituir el sentido del encuentro. Perdió consistencia en la medular. Y no se mostró tan incisivo capitalizando las bandas, si bien Pedro López y Toño trataron de profundizar por esos espacios con el fin de ofrecer soluciones al juego granota.
El cuadro azulgrana pareció desactivarse por momentos. Y las dudas afloraron. Quizás fue la peor noticia, principalmente durante el segundo acto. El Levante perdió fortaleza en el medio del campo propiciando contragolpes y salidas diáfanas que generaron interrogantes. Molina pudo aprovechar una combinación asociativa para poner en franquicia el marcador para el Getafe. El Levante sufrió con y sin balón. Y Muñiz agitó el banquillo en busca de remedios.