El mundo despide al papa Francisco, fallecido a los 88 años, tras más de una década al frente de la Iglesia Católica. Su muerte marca el fin de un papado inédito: el primero de un jesuita, el primero proveniente de América Latina, y uno de los más esperanzadores y, a la vez, más polémicos de la historia reciente. Jorge Mario Bergoglio, elegido en 2013, se propuso transformar una institución golpeada por escándalos, alejada del pueblo y enfrentada a los retos del siglo XXI.
Una elección inesperada
El cónclave de 2013 eligió a Bergoglio en un contexto de crisis e incertidumbre, tras la renuncia de Benedicto XVI. Desde su primera aparición en el balcón de San Pedro, el nuevo papa se distanció del estilo tradicional: pidió oraciones por él antes de bendecir al mundo y optó por vivir en una residencia común en lugar del Palacio Apostólico. Su nombre papal, Francisco, ya indicaba una voluntad de cambio: como el santo de Asís, quiso una Iglesia humilde, cercana a los pobres y comprometida con la justicia.
Reformador entre resistencias
Durante su pontificado, Francisco emprendió una ambiciosa agenda de reformas internas, entre ellas la reorganización de la Curia Romana y la búsqueda de mayor transparencia financiera. El papa se enfrentó a fuertes resistencias dentro del propio Vaticano. Francisco se posicionó también respecto a varios temas que la extrema derecha, representada por figuras como Donald Trump en Estados Unidos o Javier Milei en Argentina, agrupa bajo la denominación de "agenda woke".
Aun así, logró avances notables, como la creación del Consejo de Cardenales (el llamado C9) para asesorar al pontífice, y la promulgación de nuevas normativas para combatir los abusos sexuales en la Iglesia. El motu proprio Vos estis lux mundi, aprobado en 2019, estableció mecanismos de denuncia obligatoria y responsabilidades concretas para los obispos que encubrían estos crímenes.
Apertura social y pastoral
Francisco será recordado por su enfoque pastoral más que doctrinal. Su famosa frase “¿Quién soy yo para juzgar?” al referirse a los homosexuales en 2013 marcó un antes y un después en la actitud de la Iglesia hacia las personas LGTBIQ+. Aunque no modificó la doctrina oficial, promovió una mirada más inclusiva y humana.
También abogó por un mayor protagonismo de las mujeres dentro de la Iglesia, nombrando por primera vez a mujeres laicas en cargos de responsabilidad en la Curia y abriendo el debate sobre el diaconado femenino. En cuanto al celibato sacerdotal, expresó su disposición a revisarlo, especialmente en zonas donde escasean los sacerdotes, como la Amazonía.
Desde la encíclica 'Laudato Si', en la que urgió una “conversión ecológica” frente a la crisis climática, hasta 'Fratelli Tutti', donde defendió la fraternidad universal y denunció el populismo, el papa mostró una sensibilidad aguda hacia los temas contemporáneos. Fue una voz crítica contra el neoliberalismo, la desigualdad y los abusos de poder, lo que le ganó tanto admiración como enemigos.

Paz como prioridad
Francisco fue uno de los líderes mundiales más firmes en su condena de la violencia bélica. En sus últimos años, calificó la ofensiva israelí en Gaza como un “genocidio”, una declaración que provocó tensiones diplomáticas pero reflejaba su convicción moral. Su postura contra la ocupación y los bombardeos fue clara, directa, y le valió duras críticas, incluso desde EE.UU., donde llegó a enfrentarse públicamente con Donald Trump por su política migratoria y su apoyo incondicional a Israel.
En Ucrania, mantuvo una postura igualmente coherente, criticando la invasión rusa y exigiendo un alto al fuego inmediato. Para Francisco, la guerra era “siempre una derrota”. No buscó ser árbitro geopolítico, sino conciencia ética: una voz que, incómoda para muchos, ponía a las víctimas en el centro del relato.
Entre luces y sombras
El legado de Francisco no está exento de controversias. Su pasado en Argentina, durante la dictadura militar, fue objeto de debate, aunque posteriormente se convirtió en un fuerte defensor de los derechos humanos. Dentro del Vaticano, su estilo directo y reformista provocó tensiones con sectores que lo acusaban de “debilitar la doctrina” o “polarizar” a la Iglesia.
Además, muchas de sus iniciativas quedaron a medio camino. Francisco encontró límites estructurales y culturales que le impidieron implementar plenamente su visión. Su pontificado mostró que un papa reformista puede impulsar el cambio, pero no imponerlo sin consenso dentro de una institución que se mueve con tiempos y reglas propias.
Un legado de humanidad
Si bien no fue un revolucionario total, sí fue un papa que no temió poner el dedo en la llaga, denunciar la hipocresía institucional y pedir perdón por los pecados de la Iglesia.
Pese a todo, la imagen de un papa cercano, que viajaba en pequeños coches, se reunía con presos, refugiados o víctimas de abusos, y que prefería la misericordia al castigo, quedará grabada en la memoria colectiva. Su pontificado no fue el de la perfección, sino el de la búsqueda constante de reforma de la institución más antigua del planeta.
Con su muerte, se abre una nueva etapa en la Iglesia Católica. El futuro pontífice heredará tanto las reformas inconclusas como los debates abiertos por Francisco. Pero pocos dudan de que el argentino marcó una época. En palabras del propio Bergoglio: “Prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, que una Iglesia enferma por encerrarse”.