El 29 de octubre de 2024 marcó un antes y un después en municipios de l'Horta Sud como Catarroja. La barrancada que anegó el municipio dejó imágenes propias de una guerra: coches amontonados en las calles, viviendas y comercios devastados, y un paisaje cubierto por el lodo. Tres meses después, los avances son visibles, pero la normalidad sigue siendo un horizonte lejano.


Al recorrer las calles del municipio, se percibe una ciudad que lucha por recomponerse. A pesar del esfuerzo de los equipos de emergencia y de los propios vecinos, los signos del desastre persisten. Veintidós garajes continúan cubiertos de lodo, con ascensores fuera de servicio y camiones cuba extrayendo residuos. En muchos puntos, es común ver obreros trabajando en la reconstrucción de trasteros y aparcamientos, pero el progreso es desigual.


El alumbrado público y los semáforos siguen sin funcionar en gran parte del término municipal, sumiendo a algunas calles en la penumbra al caer la noche. Los contenedores subterráneos han quedado inutilizados, y la escasez de contenedores en superficie complica la gestión de residuos. En los parques, la hierba verde ha dado paso al marrón de la tierra removida, y en algunos casos, será necesaria una reconstrucción integral.
Si bien los voluntarios ya no son una imagen habitual como fueron los primeros días, la presencia de los camiones de la Unidad Militar de Emergencias (UME) sigue siendo frecuente. Estos efectivos continúan con tareas de reconstrucción, mientras que los camiones de bomberos también son frecuentes, pues desempeñan un papel esencial en la limpieza comunidades de vecinos.


Los vecinos intentan recuperar la rutina, pero las secuelas de la catástrofe se sienten en todos los ámbitos. En los centros educativos, la vuelta a la normalidad sigue siendo un reto. Mientras algunos colegios han perdido el servicio de comedor y dependen de catering, otros, como el Larrodé y el Berenguer Dalmau, aún no han podido retomar la presencialidad. La incertidumbre pesa sobre las familias, que buscan respuestas y soluciones.


El comercio es otro de los grandes afectados. Mientras que en la arteria principal del municipio, el Camí Real, la mayoría de los negocios han reabierto, otras zonas, como La Rambleta, todavía luchan por levantarse. Solo el 25% de los comercios han podido retomar su actividad con relativa normalidad, y muchos lo han hecho en condiciones precarias. Persianas torcidas, fachadas improvisadas con tablones de madera y locales todavía vacíos son testigos del impacto económico de la tragedia.
La ribera del barranco del Poyo es otro de los puntos que evidencian la magnitud de la tragedia. Habitualmente seco, aquella fatídica noche se convirtió en un monstruo que arrasó con todo a su paso. Ahora, montones de lodo se acumulan en su cauce, retirados en busca de víctimas y de restos de la devastación. Catarroja sumó 25 víctimas en la peor catástrofe de su historia reciente, y el barranco sigue siendo un recordatorio tangible del desastre.


Y el barranco no es el único espacio natural damnificado. El puerto y la marjal fueron zonas especialmente castigadas por el temporal, y siguen pendientes de trabajos intensivos de limpieza y restauración. Y es que, una de las entradas a l'Albuifera más populares, sigue a la espera de que le llegue el turno.
El transporte también refleja la difícil recuperación. En las paradas de autobús de Camí Real, decenas de personas esperan cada día las líneas que conectan con Valencia. Casi todos los vecinos perdieron sus vehículos en la riada y muchos de ellos aún no han podido reponerlos, a la espera de los pagos del consorcio y las ayudas. No obstante, a falta de aparcamientos disponibles, los afortunados con coches se ven obligados a ocupar aceras, plazas peatonales y rotondas, con carteles que advierten "vehículo operativo, no retirar".


Sin embargo, entre tanta dificultad, también hay señales de avance. El lodo seco que cubría las calles ha desaparecido y el aire ya no es marrón. Las campas de vehículos siniestrados, que durante semanas representaron un riesgo de incendio, han sido retiradas. Aunque el municipio sigue marcado por la tragedia, la comunidad se aferra a la esperanza de la reconstrucción.


Catarroja avanza, pero el camino es largo. Nada volverá a ser igual después de la mayor catástrofe de su historia, y aunque la normalidad aún se ve lejana, la resiliencia de sus habitantes mantiene viva la esperanza de un futuro mejor.