Memorias del Palacio Arzobispal de Puçol

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Ya no queda nada de lo que fui, de mi esplendor. Los ecos del presente que llegan hasta mí me muestran solo unos sillares y un pilar medio abandonados a la intemperie con futuro aún incierto. Contadas fotos en blanco y negro que atestiguan visualmente que existí, y cómo no, vagos recuerdos en la memoria de algunos vecinos. Y eso es todo, unas piedras que se niegan a moverse para que no me olviden, soldados fieles e inertes que luchan por mí, para que lo que un día fui no caiga en el absoluto olvido.

Pero empecemos por el principio, me voy a presentar como es debido y como mi alta alcurnia me distingue, soy el Palacio Arzobispal de Puçol y voy a contaros mi historia. Pero antes tengo que avisaros de que mi memoria también ha sufrido estragos y mis recuerdos nadan en una nebulosa, supongo que tantos años de olvido pasaron su factura. Es posible que lo que os pueda contar no sea del todo exacto, o me equivoque en alguna fecha o dato. Cosas de mayores. Por favor, perdonadme antes de continuar.

Bueno, creo recordar que nací alrededor de 1351, aunque mi época de esplendor comenzó en el siglo XVI, cuando el que podría llamar mi padre, Joan de Ribera, me mandó ampliar. Mis muros eran de un tono rojizo propio de mi material de construcción, el rodeno, tenía unos arcos maravillosos y comunicaba a través de un pasadizo con mi vecina la Iglesia. En mi interior mis paredes se cubrieron con maravillosos cuadros pertenecientes a la escuela italiana que me hicieron sentir importante y majestuoso en aquellos años de esplendor.

Si no me equivoco, alrededor de 1650 los estudiosos ya hablaban del maravilloso huerto que lindaba conmigo. Os adelanto que mi vecino y amigo jardín botánico sí que fue símbolo de esplendor y una pieza clave para la botánica valenciana y española. El señor Andrés Mayoral fue quien ya hablaba del maravilloso jardín situado a mis espaldas. Muchos años después me llegó la noticia de que no corrió mejor suerte que la mía y lo convirtieron en campo de futbol. Por suerte, las murallas que lo rodeaban aún persisten a día de hoy, estoy orgulloso mi compañero, de su fortaleza, de haber sobrevivido hasta vuestros días. Si habláis con él decidle que os cuente la historia del cacahuete, le encanta narrar esa andanza.

Aunque parece que llevo ausente cientos de años, no es así, aún en el siglo pasado me utilizaban como residencia, ya que continué perteneciendo al Arzobispado de Valencia, a pesar de que a principios del siglo XIX se abolieran los señoríos en España. Pero lo que podría parecer mera continuidad, solo resultó ser el principio de mi decadencia, empezaron a dejar de visitarme y ahí empezó mi irrevocable sino, el olvido como palacio.

Tras la Guerra Civil fui escuela, recuerdo esa etapa con melancolía, cierto es que había dejado de ser un palacio, y no puedo negaros que durante tiempo me persiguió la pena de dejar de ser importante, pero estaba en paz, ayudé a mi pueblo cuando lo necesitó, al pie del cañón, acomodándome a sus necesidades, y aún hoy si me esfuerzo puedo escuchar los ecos de las risas y gritos de los niños corriendo a través de mis estancias, y es inevitable no sonreír.

En 1950, tras pasar por manos privadas, el Ayuntamiento de Puçol se hizo cargo de mí y me compró por 900.000 de las antiguas pesetas, años antes ya me habían despojado de mis pertenencias y desnudado mis paredes de los maravillosos cuadros que me cubrían. A partir de dicho año empezó una nueva etapa, mi nueva vida, una más polivalente siguiendo las necesidades de mis vecinos. Fui corral para las reses que salían en los festejos, e incluso cobijé a familias que no tenían recursos entre mis gruesos muros que les protegía tanto del frio como del sofocante calor del verano.

Tampoco puedo olvidar, aunque a veces lo hubiera preferido, a la banda de cornetas y tambores que ensayaban en mi primera planta, cuantos dolores de cabeza me dieron, pero luego reconozco que lo eché muchísimo de menos cuando el silencio se apoderó de cada centímetro de mí.

Bueno, y que podría decir del momento que decidieron establecer provisionalmente el mercado del pueblo bajo mis arcos, aquello sí que me devolvió la vida, ser el núcleo de la vida comercial de Puçol, un verdadero honor, incluso me llegué a sentir de nuevo importante e insustituible para el pueblo, ahora se cuan equivocado estaba.

Y ahora os contaré el porqué ya no me podéis ver y la gran mayoría de vosotros que me leéis ahora no me habéis ni siquiera conocido. Tras la Guerra Civil el ayuntamiento se afincó en el Casino Republicano, años después los propietarios de éste lo reclamaron, por lo que el ayuntamiento debía trasladarse a un nuevo lugar... imaginaros cual eligieron para construirlo.

Yo aún hoy no lo sé a ciencia cierta, los vecinos coetáneos a mi fin tampoco saben la respuesta con certeza. ¿Por qué me destruyeron?, ¿por qué se deshicieron de mí hasta ser polvo y escombros? Escuché rumores que decían que era más barato hacerme desaparecer que rehabilitarme... Triste, muy triste.

Y esto sí que lo recuerdo muy bien, y os lo digo con exactitud, en agosto de 1967 me derruyeron. Con más de 400 años de historia me hicieron desaparecer, no respetaron quien fui, ni lo que significaba para el pueblo, tampoco me preguntaron lo que significaba para mí el pueblo y su gente, al fin y al cabo, mi hogar y mi familia.

Nadie habló, nadie se quejó, ninguna voz se alzó para paralizar la atrocidad. Mis vecinos a los que abrí mis puertas cuando lo necesitaron, los mismos por los que me convertí en lo que me pidieron: en hogar, en escuela, en mercado, etc. Ellos solo me devolvieron silencio. Pero no os equivoquéis, no puedo echarles en cara nada. Tengo muy presente y soy incapaz de olvidar de que fueron víctimas de una represión por dictadura, que sus bocas estaban mejor selladas por mera supervivencia.

Así que, aprovecho que hoy me han dado voz para daros las gracias y deciros que no os guardo rencor.

Hoy en el mismo lugar donde me ubicaba está vuestro nuevo ayuntamiento, pero al contrario de lo que podréis pensar, lo obvio por el paso de los años, quiero deciros en cierta manera he renacido. Os habéis interesado por mí, me habéis buscado y estudiado. Ahora mi memoria está más viva que nunca, espero que cuando miréis vuestro nuevo edificio veáis mi sombra.

Ahora decir orgulloso y altivo que yo soy una seña de identidad para el pueblo de Puçol y sé que sus habitantes seguirán luchando en los años venideros porque así siga siendo.

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