Opinión

Manspreading’, los Jaime I y nosotras

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La celebración relativa de que ¡cuatro de seis! premiadas en la última edición de los Jaime I fueran mujeres y una petición de firmas para que el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid aprueben la colocación de carteles contra el ‘manspreading’ se han revelado estos  días como dos ejemplos actuales de una realidad histórica en la que las mujeres venimos ocupando poco espacio. Pero aun así, todavía hay gente que cree que dedicamos demasiado tiempo a hablar de lo que nos ocurre a las mujeres. Permítanme que dé cuatro pinceladas sobre por qué ni es suficiente, ni proporcionado, ni justo.

 

Un ejemplo muy claro es el de la academia donde, a pesar de que las universidades españolas están llenas de mujeres (ellas representan el 54,3 % de estudiantes y el 57,6% de tituladas, según cifras del Ministerio de Educación), los datos nos revelan que casi siempre son ellos los que mandan. Entre el profesorado, un 40% con mujeres y un 60% hombres y en las cátedras, la desproporción es aún más escandalosa: 80% para ellos y  20% para ellas. Es decir, que en un ámbito feminizado, el techo de cristal prevalece.

 

Otra muestra de cómo ellos acaparan la mayoría de lo que nos corresponde a todas las personas: como en el estado español, la adjudicación de titularidad compartida de las explotaciones agrarias no se produce de oficio, el porcentaje de mujeres propietarias de sus tierras ronda el 30%. Otro dato que demuestra cómo en el campo casi todo es propiedad de ellos es el simple vistazo a los órganos de decisión de las organizaciones del medio rural. Aquí, la paridad también está lejos de llegar.

 

Con estos mimbres no es de extrañar que en el Estado español, las mujeres sólo representen el 28% de las personas que aparecen en las noticias y el 9% de las voces expertas de los medios de comunicación, según el informe Monitoreo Global de Medios 2015. Para contribuir a ponerle remedio a esta sesgada visión del mundo, la Unió de Periodistes Valencians ha lanzado su ‘Agenda d’Expertes’, una herramienta para visibilizar el trabajo de las mujeres en la que se puede dar de alta (o encontrar) a expertas de diferentes áreas.

 

Infelizmente, tampoco espacios como el de la política están libres de ‘manspreading’.  Prueba de ello es el “despatarre” que desde el atril de Les Corts protagonizó hace unos meses el diputado del PP, Jorge Bellver. En el enésimo debate/enredo promovido por el PP sobre si el valenciano y el catalán son o no la misma lengua, no se le ocurrió otra cosa al ex delfín de Rita Barberá que “hacer un reconocimiento a la valentía de las mujeres” -las parlamentarias  Eva Alcón (PSPV), Mercedes Ventura (Ciudadanos) y Sandra Mínguez (Podemos)- por defender una posición que es “muy incómoda". No deben decirle nada a Bellver los nombres de Clara Campoamor, Victoria Kent y Margarita Nelken, primeras diputadas elegidas en las cortes españolas allá por el 1931. Desde entonces –a pesar de Franco, a pesar quizás de Bellver- las mujeres no pedimos permiso a nadie para ser la voz de nuestro electorado.

 

Como dice la petición del revuelo para que en Madrid se frene el ‘manspreading’, “no es cuestión de mala educación sino de que igual que a las mujeres nos han enseñado a sentarnos con las piernas muy juntas, a los hombres les han transmitido una idea de jerarquía y de territorialidad, como si el espacio les perteneciese”. Y el espacio – ni los premios, ni el del transporte, ni el de la academia, ni el campo, ni los medios, ni las tribunas- no pertenece en exclusiva a los hombres por herencia divina. Estamos hartas de que los hombres nos expliquen cosas y de que ocupen un espacio que también es nuestro.

 

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