Opinión

Los príncipes catalanes

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Cómo alcanzar y mantener el poder es un dilema sobre el que políticos y pensadores llevan debatiendo mucho tiempo. El exponente es Nicolás Maquiavelo con su libro El Príncipe, donde reflexionaba sobre si la mejor manera de gobernar un país era que su príncipe fuese temido o amado.

Más adelante, Antonio Gramsci, italiano como Maquiavelo y autor de El príncipe moderno, también reflexionaba sobre las relaciones de poder y cómo permanecer en él. Una de sus más famosas citas dice así: “Tomen la educación y la cultura, y el resto se dará por añadidura”.

Durante la democracia tanto PP como PSOE han ido dando alas a los partidos nacionalistas para conseguir gobiernos y aprobar presupuestos. Cegados por conseguir y mantener el poder, han pactado una y otra vez con grupos políticos que están en las antípodas de un proyecto común. Con el beneplácito de muchos gobiernos centrales, los partidos nacionalistas afincados en Cataluña y País Vasco han podido enhebrar un relato donde símbolos, héroes y acontecimientos han sido acomodados a voluntad para así formar un pasado y una cultura que linda con la fantasía en algunos casos.

Convertir esa quimera en realidad es misión de la educación. Así, un defensor de la unidad de España y partidario de los Austrias en la Guerra de Sucesión Española como Rafael Casanova es considerado hoy en día el padre de la patria catalana y su estatua recibe flores en la Diada. Esto es una clara muestra de la pérdida de control del Estado sobre la cultura y la educación. Otro ejemplo es el artificial reino Catalanoaragonés, donde como es sabido, la Corona residía en Aragón siendo Cataluña un Condado de la misma.

Las últimas elecciones autonómicas de Cataluña, expresión de libertad y democracia, fueron presentadas por los nacionalistas en clave plebiscitaria, y a pesar de ello solo consiguieron una mayoría parlamentaria exigua apoyada en una minoría poblacional. Una minoría significativa de la sociedad catalana, pero minoría. Por lo tanto, insuficiente para determinar el presente y futuro del conjunto de la sociedad catalana y española y su descendencia. No contar con los apoyos sociales necesarios en su momento es lo que obliga a las élites que abanderan el “procés” a despreciar el paraguas de la ley y del Estado de Derecho.

El discurso populista y nacionalista es el engranaje que falta para obtener argumentos que ayuden a alcanzar el poder. Este discurso permite desvirtuar conceptos políticos que están muy definidos. Se han podido ver emblemas como “queremos votar para ser libres”; sin embargo, las numerosas elecciones que han tenido lugar en Cataluña en las últimas 4 décadas evidencian que tienen la libertad de elegir a sus líderes y también a los representantes que todos compartimos.

Parece mentira que tengamos que recordar que la libertad de un individuo acaba donde empieza el derecho de otro, y que el hecho de introducir una papeleta en una urna es un acto imprescindible en democracia; pero irrelevante si no está abalado por unos derechos, garantías y obligaciones.

Además, en un mundo interconectado, las fronteras físicas cada vez son más intrascendentes, lo que hace del antiguo nacionalismo un movimiento analógico en una era digital.En conclusión, partir a la sociedad catalana por la mitad no es una situación casual ni de fuerza mayor. Es un largo proceso que ha sido apoyado por PP y PSOE en su afán de mantenerse en el poder y con una absoluta falta de previsión de futuro. La herencia la conocemos todos: una sociedad donde unos señalan con el dedo a otros por motivos ideológicos; una sociedad donde la denostada, pero desvirtuada palabra fascista está a la orden del día; una sociedad empoderada no de democracia y libertad sino de miedo y tristeza. Todo gracias a la ceguera de nuestros gobernantes apoyada en la perfidia y en la demagogia de una parte de los líderes catalanes.

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