Los jefes de la defensa granota se estrenan en el universo de LaLiga Santander

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Chema y Postigo convergieron en el tiempo en la institución del barrio de Orriols. Fue durante el período estival de 2016. Chema cambió el escudo del Alcorcón por el murciélago que distingue a la entidad granota. Postigo giró sobre sí mismo para regresar a la Península Ibérica, a orillas del Mar Mediterráneo, tras una corta estancia en el balompié italiano. Había golpes y cicatrices de guerra en sus botas; experiencia y destreza. Los dos compartían demarcación en el eje de la zaga. Sus caminos, divergentes hasta esa fecha, quedaron unificados en el Ciutat de València. Había un pensamiento y también un ambicioso sueño coincidente que parecía guiar cada uno de los pasos emprendidos; proyectarse hacia el universo que marca LaLiga Santander. Apenas un año después los acontecimientos se precipitaron. Chema y Postigo emergieron en la tarde de ayer desde la oscuridad del vestuario azulgrana para instalarse en la primera línea de fuego. Enfrente aparecía la imagen sideral del Villarreal. El recorrido acometido fue corto, desde un prisma espacial, pero la dimensión por la que se proyectaron resulta desconocida. El umbral de la Primera División ejercía de lumínico contexto.

Quizás la paciencia se convierta en una virtud. Los dos defensores se expresaron con convicción por las categorías menores del balompié español en busca de un resquicio por el que colarse en dirección hacia la elite. Lo consiguieron el pasado curso. En ese sentido, el enfrentamiento ante el Submarino Amarillo surgía como una recompensa a un trabajo que se pierde en la noche de los tiempos. Todo tiene un principio; una génesis que marca el destino. Parece el caso. Postigo y Chema estrenaron ayer su currículum como futbolistas adscritos a la nómina de la Primera División. El partido presagiaba emociones fuertes en virtud de la jerarquía del oponente. El duelo conllevaba sensaciones antagónicas. El estímulo era poderoso, pero el estímulo parecía imponer un desafío mayúsculo del que salieron indemnes a la vista de la evolución de los hechos sucedidos en el interior del campo.

Quizás la versión colectiva de un bloque comprometido que fue adquiriendo consistencia y densidad al paso de los minutos coadyuvara. El Levante se comportó como un grupo uniforme y homogéneo. Gremial y asociativo. Lo cierto es que no hubo dudas. Ni incógnitas que despejar. Chema y Postigo abordaron la cita liguera desde la convicción y el convencimiento. Quizás en la intimidad habían fantaseado con el momento vivido. Ninguno se sintió cohibido por el impacto del duelo. Ni abrumado por la magnitud del encuentro. Los chicos se aproximaron al partido desde la naturalidad. Saltaron al verde para conjugar y asociarse, tal y como lo hicieron durante infinidad de tardes durante el excelso ejercicio anterior en la categoría de Plata cuando alzaron una barrera infranqueable sobre la meta defendida por Raúl. Quizás no tengan una hoja de servicio profunda, pero demostraron su preparación para afrontar confrontaciones de calado y cualificación.

En ese sentido, no se sintieron intimidados por dos atacantes de la ascendencia de Bacca o Unal. Y no parecía sencillo a priori. Apenas hubo noticias de la retaguardia amarilla en el cómputo general de la confrontación. El hecho revela el tipo de partido firmado por los zagueros en un debut triunfal. La amenaza era contundente, pero quedó minimizada en ese espacio en el que las distancias se desvanecen. El pasto desnuda a los contendientes. Es uno contra otro. No hubo fisuras ni en el juego aéreo, ni cuando el balón rodó pegado al césped. En la fraternidad del vestuario manifestaron sus emociones sin cortapisas. Sus rostros brillaban a la conclusión del choque. El gol de Morales desde el punto de penalti, con el partido rozando su ocaso, dimensionó el sentido personal que presentaba la confrontación para ambos. “Es el debut soñado” confirmó Chema con la camiseta azulgrana todavía pegada a su piel. “Nada podía haber salido mejor”, corroboró Postigo.

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