Opinión

La política desde la heterodoxia

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Sí, reconozco que cada vez aguanto menos el maniqueísmo y la ortodoxia a la hora de valorar las cosas y de expresar ideas de muchas personas. Tanto de las de mentalidad conservadora como progresista. Especialmente por parte de estas últimas, por ser con quienes más me relaciono, por proximidad ideológica y porque me parece todo un contrasentido considerarse “progresista” y pensar y actuar de manera rígida e impermeable. Al final parece que nos movamos básicamente desde la intransigencia y el egocentrismo. Que nos hemos instalado cómodamente en la dialéctica de la confrontación, en la polarización de cualquier cuestión ideológica o política, incluso personal. O estás en A o estás en B. Entre el blanco y el negro. Quien se atreva a discrepar o situarse en cualquier otro punto es calificado rápida y visceralmente como traidor, vendido, impuro o con esa palabra tan sobada últimamente: equidistante. Se está alimentando de manera irresponsable la intolerancia y poniendo en peligro derechos y libertades fundamentales.

A mi, tratar de vivir desde una posición heterodoxa me ha salvado en muchas veces de juzgar a la ligera vidas o actos ajenos, me ha permitido analizar de manera más profunda las cosas. Y, sobre todo, a entender. Como también me ha supuesto dudar. Y eso, en determinados ámbitos, no se considera precisamente un verbo que conjugue bien con ciertos espacios de activismo o políticos.

Supongo que esta tendencia a dudar me viene de una personalidad inclinada a la introversión, que me lleva a darle vueltas a las cosas, a considerar todas las opciones, antes de expresar mis valoraciones. Por miedo a equivocarme, tal vez. Qué se yo. Lo que sí puedo afirmar es lo que el feminismo ha contribuido a mi manera no dogmática de mirar el mundo. Gracias al pensamiento feminista he cuestionado el binarismo: lo bueno y lo malo, lo masculino y lo femenino, el mundo desarrollado y el subdesarrollado, lo normal y lo anormal, etc. He entendido que la realidad es mucho más diversa y contiene muchos más matices de los que damos por hecho. Me ha capacitado para ir más allá de lo evidente, de los códigos esquemáticos. De lo considerado aceptable. Me ha impregnado de un humanismo sobrecogedor.

El feminismo me impactó desde el primer momento por ser el movimiento social que más ha contribuido a transformar el mundo sin generar violencia. Y que continúa siendo hoy en día el movimiento social que, con su mirada crítica, revolucionaria e inclusiva, está siendo capaz de mantener y aumentar su incidencia, de empapar las vidas y conciencias de más mujeres y hombres (no, este no es únicamente un movimiento de mujeres). Y creo que es porque tiene una potencia única para impactar tanto a nivel personal como político. También por su capacidad para expandirse a partir de eficaces redes de apoyo y solidaridad. Y porque sus objetivos incluyen retos universales como la justicia social, la igualdad y la equidad, la libertad, la diversidad. O, dicho de otra manera, la superación del sexismo, el machismo y todas las formas de violencia contra las mujeres, pero también contra las minorías disidentes de la norma social o contra los colectivos más vulnerables y excluidos. Además de haber puesto en la agenda pública la necesidad de la sostenibilidad económica, social y medioambiental.

Desde el lugar de responsabilidad política que ocupo en mi ciudad en estos momentos, creo firmemente en que la manera más eficaz de generar cambios sociales, de hacer real una València más igualitària, tolerante y respetuosa con las maneras de pensar, vivir y ser de todos sus miembros, ha de ser desde unas bases constructivas, en positivo, que han de incluir y no culpabilizar. Muy didácticas, para dejar claros conceptos como igualdad de género, discriminación, derechos humanos o libertades fundamentales. Y nuestro público han de ser tanto mujeres como, sobre todo, hombres. Ellos han de ser interpelados e incluídos en este proceso de cambio y reflexión colectiva de manera urgente.

Desde hace más de un siglo, las mujeres hemos podido encontrar referentes en el movimiento feminista, así como espacios -en asociaciones y colectivos diversos- desde los que adquirir conciencia de nuestra opresión, cuestionar la construcción de los géneros y sus consecuencias en nuestras vidas. Los hombres no. Pues bien, ha llegado el momento de poner nuestra atención en ellos, para que entiendan verdaderamente la dimensión del problema y de cómo el género es una categoría de análisis fundamental en todos los ámbitos de la sociedad. Para evitar afirmaciones “cuñadas” tan frecuentes como: “ni machismo, ni feminismo, simplemente humanismo” o similares. El feminismo es la corriente de pensamiento y práctica política más humanista que ha existido en la historia de la humanidad. Y eso ha de saberlo la mayoría de la población, ha de llegar a ella.

Volvamos a los hombres. Una de las líneas de trabajo que me planteo como fundamental desde las políticas municipales de igualdad de género, es la del trabajo con los hombres. Ya hemos comenzado a plantear talleres de reflexión sobre las masculinidades, desde la Universitat Popular de València y, más recientemente, desde el Espai Dones i Igualtat. La respuesta ha sido magnífica, es decir, que hay muchos hombres interesados en hablar sobre el papel que ambos sexos han de jugar en la sociedad actual, sobre cómo dejar atrás roles y estereotipos que nos perjudican, no sólo personalmente, sino también como sociedad. Continuaremos en esa línea. Pero me gustaría también esbozar los retos que nos planteamos a partir de ahora.

El primero sería abordar la atención e intervención con hombres que hayan cometido algún tipo de conductas violentas hacia las mujeres o que potencialmente puedan llegar a cometerlas. El tema es complejo e importante, porque estaremos previniendo agresiones en el futuro.

El segundo reto sería empezar a trabajar con aquellos grupos de hombres que menos oportunidades educativas y culturales han tenido, que han conocido “menos mundo” y, por tanto, cuentan con menor diversidad de referentes. Ellos necesitan más que nadie un horizonte para salir de los rígidos códigos de la masculinidad tradicional, que los mantiene torpes y cohibidos en contextos diferentes a los habituales, como por ejemplo en su relación con la administración pública, con los centros educativos, con los espacios sanitarios o culturales, etc. Que se encuentran agarrotados a nivel afectivo y son dominantes o, incluso, violentos en el ámbito relacional y familiar. Necesitan respirar. Necesitan desarrollar habilidades sociales y aprender a reconocer y gestionar sus emociones. Para acompañar a sus mujeres en el camino, imparable, que ellas ya han emprendido.

Isabel Lozano LázaroConcejala de Igualdad y Políticas Inclusivas y de Inserción Social y Laboral del Ayuntamiento de València.

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