Food trucks, gastronomía itinerante

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Los food trucks han afianzado su presencia en todo el territorio nacional, convirtiéndose en un factor indispensable a la hora de organizar cualquier pequeño festival o evento al aire libre, cómo Palo Market Fest, celebrado el pasado Mayo.

Pero comer en uno de estos food trucks no era tan fácil hasta hace poco más de un año. Era un concepto desconocido y mencionar un food truck solía producir el arqueamiento de cejas de la persona sin conocimiento de causa, a quien era necesario explicar que era algo así como “camión de alimentos” o “furgoneta de comida” que ofrece variedades gastronómicas a pie de calle.

Su principal objetivo es tratar de brindar una experiencia distinta a la restauración tradicional. Cada food truck ofrece un producto específico y sencillo de preparar al momento, pero de calidad, sabroso y refinado. Son una nueva vuelta de tuerca al negocio de la hostelería. Dan la posibilidad tanto al propietario como al cliente de tener una experiencia nueva, de interrelacionarse directamente. El producto está a la vista de todo el mundo, y el proceso de elaboración es en vivo y en directo.

Pero no sólo cuenta la calidad del producto, sino también el atractivo de la furgoneta, que suele estar reformada y decorada con un estilo vintage. Siguiendo con los anglicismos, se podría decir que el fenómeno food-truck se puede entender por ser trendie, por estar a la moda. Comer en un food truck implica un cierto gusto por lo nuevo, una cultura del descubrimiento y de probar cosas desconocidas. La gente ha cambiado las patatas bravas por los rollitos de primavera y además quiere sacar una foto de la furgoneta donde lo ha comprado para subirlo a Instagram.

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Es un concepto simple pero puntero. En Estados Unidos lleva años funcionando y en España está en una situación muy emergente, pero no regulada. Los food trucks como entidad jurídica no están aceptados dentro del marco estatal, y su campo de actuación se ve reducido a eventos privados, de ahí su explosión en pequeños festivales donde cada food truck paga un alquiler para estacionarse y comenzar a servir su producto.

Paradójicamente para un negocio sobre ruedas, sus espacios de funcionamiento están estrictamente delimitados. Pese a que cada vez son más quienes se suben a la furgoneta en marcha, la situación no tiene visos de cambiar en un largo tiempo. El Estado emplaza a cada ayuntamiento a definir dónde y cómo puede trabajar cada food truck y los ayuntamientos no acaban de regular la situación de éstos en parte por las presiones del gremio hostelero, que ve la presencia de food trucks como una amenaza para su economía.

Es un pensamiento que puede parecer lógico, ya que los restaurantes se ven obligados a pagar unos alquileres y unos tipos impositivos bastante altos. Además, la presencia de furgonetas móviles podría llevar al robo de clientes al negocio tradicional.

Sin embargo, también es cierto que la regularización de los food trucks debería traer consigo un número de requisitos y exigencias, además de una delimitación de sus espacios de actuación. Así ocurre en Estados Unidos, donde los food trucks han de conseguir dos licencias, la de establecimiento, y la de movilidad.

Pero en España, a pesar de que su existencia y funcionamiento es un hecho, los food trucks y sus propietarios viven en un vacío legal donde las licencias, los lugares de actuación, o su propia entidad como negocio no están definidos.

En principio, todos los propietarios de food trucks cuentan con carnet de manipuladores de alimentos, permiso de conducir, ITV, seguro de responsabilidad civil, unos estándares de higiene y seguridad, y registro como autónomo, pero nada más.

La responsabilidad legal sobre cualquier percance queda así en manos de los organizadores de eventos donde se habilita la presencia de food trucks, que son los encargados de repartir las licencias que permiten a las furgonetas vender alimentos en el lugar específico en el que están participando.

También es cierto que montar un food-truck requiere una inversión menor, desde 10.000 euros hasta 30.000 euros para comprar y remodelar la furgoneta, más lo que cueste la materia prima para los platos que sirva. No obstante, también tienen un mayor riesgo, pues su itinerancia les obliga a pagar alquileres muy elevados cada vez que quieren establecerse en un evento.

Y así, mientras las instituciones se ponen de acuerdo en cómo normalizar un fenómeno totalmente establecido dentro de la sociedad, los food trucks continúan cogiendo velocidad en la carretera y sumando kilómetros a sus ruedas, llevando las comidas del mundo a todos los puntos del mapa.

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