Opinión

Hijas de un dios menor

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Sí, querido lector y querida lectora, hablamos de ellas, de las mujeres, de esa mitad de la humanidad que sigue preguntándose por qué sus derechos son de baja intensidad y de aquellas que ni siquiera se sienten portadoras de derechos porque su “dulce hogar” es una auténtica cárcel de amor, regido por normas que quedan fuera del alcance de la Justicia, como denuncia la filósofa Sheila Benhabib.

En muchas ocasiones nos hemos interrogado sobre el por qué, en las sociedades teóricamente democráticas, la violencia contra las mujeres sigue plenamente normalizada y aceptada, ¿acaso no atenta a los fundamentos básicos de las democracias  que la mitad de su ciudadanía viva sometida al poder real y simbólico de los varones?

Sin duda. Y por ello cada vez disponemos de más normas y leyes, pero es el espacio de las costumbres, el de las normas no escritas, el que permanece intacto. Vivimos tiempos de garantismo democrático, como dice Amelia Valcárcel, apenas ahora comenzamos a entrever el tejido en el que se asienta la sujeción femenina. Gracias al trabajo y las luchas feministas disfrutamos de una igualdad por decreto, cutánea, que todavía no  ha penetrado en la médula en la que los prejuicios se reproducen.

Dentro de ese espacio simbólico debemos desmontar algunos de los mitos  que lo sustentan, y en el ámbito de las relaciones afectivas de mujeres y hombres, el mito del amor romántico debe dejar de entenderse como una fantasía inocente y comenzar a valorarlo en toda su complejidad, porque en nombre del amor se han justificado y se siguen justificando aún gravísimas tropelías de hombres contra mujeres. De amados contra amadas o  ex-amadas, en forma de atropellos simbólicos, de chantajes emocionales, abusos sexuales y las expresiones más cruentas de violencia física con resultado de muerte.

Y aún con todo, la mayor perversión de los modelos sentimentales normativos radica en la sutileza con la que han llegado a colarse en el seno de nuestra intimidad, a través de la vía de la subjetividad,  afectando, tambaleando y llegando a minar desde el interior como un caballo de Troya, inadvertido y taimado, que hace pasar por propias, libres  y personales, decisiones y deseos que nos han venido dados. ¿Hay algo más peligroso?

Qué difícil es reconocer que el amor está sembrado de riesgos y violencias para las mujeres y que lo personal funciona como un ámbito de resistencias machistas, y de subordinaciones muchas veces veladas.

Hoy es cierto que la censura social funciona cada vez más, sin embargo, necesitamos que funcione cada vez mejor, porque al mismo tiempo que la opinión pública y los medios de comunicación condenan abiertamente los crímenes de violencia machista,  se están activando en los mismos foros  otras censuras sutiles, otras violencias invisibles contra las propias víctimas. Esto supone, a partir de cuestionamientos y dudas, culpar doblemente a las mujeres agredidas, responsabilizarlas en soledad de su situación,  de no haber actuado, de haber mantenido en el tiempo esa relación, de haber retirado una denuncia, o de no haberla llegado a interponer, o el considerarla falsa cuando la interpone.

Sin duda lo personal sigue siendo político, por ello es necesario ser exigente en la aplicación y desarrollo de las leyes, exigentes con quienes tienen el poder de interpretar las normas e impartir justicia y hacen dejación de su responsabilidad al dictar sentencias que contravienen los derechos de las víctimas; exigentes con quienes tiene las competencias para desplegar los recursos que contempla la ley y siguen mirando para otro lado; exigentes para con quienes tienen la obligación de proteger la vida de las mujeres y con valoraciones de riesgo inadecuadas las dejan desprotegidas; exigentes con quienes amparándose en el anonimato de un campo de futbol corean el nombre de un maltratador y humillan a la víctima; Exigentes con quienes usando en vano el nombre de su Dios piden desde el púlpito declararse en rebeldía; Exigentes con quienes desde la inmunidad parlamentaria que da el parlamento europeo o cualquier otro, justifican el trato desigual por ser diferentes, Exigentes con quienes escudándose en la libertad de expresión cuestionan día sí, día también la necesidad de una norma contra la violencia de género, intentando minar y debilitar sus fundamentos, como si más de 700 mujeres asesinadas en la última década no fueran razones suficientes.

El problema de la violencia de género y la desigualdad es muy complejo y está demasiado arraigado en las estructuras profundas de nuestras sociedades, aprobar normas y leyes era un paso absolutamente necesario, pero no suficiente, desmontar el patriarcado y las poderosas fuerzas que lo sustentan es tarea de titanes, quizás muchos piensan que ese esfuerzo no lo merecen las hijas de un dios menor.

Rosa Peris. Secretaria igualdad PSPV-PSOE.

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