Deportes de verano en las playas de Valencia

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Un verano tórrido y húmedo durante algunos días, pero agradable y hasta fresco en otros, como estos de mitad de julio. En los tres meses que dura esta estación, valencianos y turistas de todas las partes del mundo se vuelcan a las playas, entre ellas la playa de Las Arenas y la famosísima Malvarrosa. El mundo sale, ya sea para andar por el paseo peatonal, beber un refresco de la tradicional orxata de xufa —perfecta para estas fechas — o un cubata por la noche. Algunos sencillamente se acercan a la costa para bañarse en el Mediterráneo y refrescarse en las aguas más cálidas de Europa, solos y con sus hijos, que cuando no están chapoteando hacen castillos de arena y represas sofisticadas para almacenar el agua.

CabanyalPero hay otros que un domingo normal, el día de descanso por excelencia, deciden hacer deportes al aire libre. Desde que las calles se adentran por los barrios del Cabanyal hacia la playa, comenzando en la estación de trenes situada en la rotonda de Serradora, se puede observar cómo se empieza a activar el ambiente. En dirección al mar, luego del antiguo barrio de pescadores y casas de colores, está la calle Doctor Lluch y el polideportivo homónimo. A pasos de la playa y con la presencia de la brisa del mar, se toman las raquetas y se hacen juegos de singles y dobles bajo el sol de mediodía. De seguro el próximo destino es la playa para tomar un baño o algún restaurant para comer paella o fideuá.

Ya en el paseo peatonal, entre palmeras y mercado, el panorama es diverso e invita a unirse. En la acera aparecen runners corriendo en un sentido u otro esquivando caminantes y niños, ciclistas evadiendo el calor o patinadores arañando el asfalto caliente con sus rollers. Mientras, los turistas se agolpan en los distintos puestos para comprar quitasoles, bañadores o ropa. Por supuesto, hay quienes venden protectores solares para aquellos que lo olvidaron en la casa o toman en último momento la decisión de cuidarse de los rayos del sol.

Ciclistes

Pero basta que comience la playa, la arena propiamente tal, para que el tipo de deporte cambie. En esa basta franja de arena tan característica de las playas valencianas hay encuentros improvisados de fútbol playa, con equipos formados por jóvenes que no pasan los veinte años y adultos que perfectamente sobrepasan los sesenta. En el mismo lugar de la Malvarrosa donde se están realizando torneos de esta categoría en estos días, se improvisan equipos diversos, de siete u ocho jugadores cada uno, algunos de los cuales recién se han incorporado al partido. Están el niño inquieto y veloz del medio campo y el hombre con los calcetines amarillos hasta la rodilla y un grueso polo del mismo color; los dos jugando para el mismo lado y apuntando con ambición a la portería contraria.

También hay voley, otro deporte que se profesionaliza en los torneos de verano. Con pelotas y redes que se pueden arrendar y acto seguido colocar sobre los postes dispuestos, cualquier grupo es capaz de organizarse y empezar una. Aquí generalmente los equipos son mixtos, de tres o cuatro jugadores cada uno, y cuando la experiencia no es mucha el encuentro puede tardar bastante en tomar su curso. La pelota se pierde entre las manos, el equipo contrario no la recibe bien, el sol encandila. Esto que sucede es una de las cosas que explica por qué este deporte necesita de posiciones y estructuras tan definidas. En cualquier caso, las carcajadas abundan y la entretención es la misma.

Paletes

A medida que se acaba la arena más blanda y caliente de la playa, se empiezan a escuchar las paletas, el sonido inconfundible de la pelota pegando contra ellas. Uno de los deportes de playa por excelencia es este, que solo necesita de dos personas. Algunos se ponen en la orilla, junto al agua, para refrescarse al tiempo que juegan. En este caso las parejas son bastante heterogéneas: padres e hijas, amigos pequeños, abuelos y nietos. Es un deporte fácil de aprender y casi sin reglas, mundialmente conocido por atraer a las familias a practicarlo.

Pero los deportes de playa no acaban aquí. Al detenerse en la primera línea de playa y mirar hacia el horizonte se puede divisar cómo se practican más deportes entre el azul oscuro del mar y el celeste del cielo: los hay quienes toman sus bodysurf y se adentran un poco, y otros —sumergidos hasta el cuello— que improvisan partidas de waterpolo. Los que quieren relajarse eligen el paddle surf, un deporte polinésico que se practica de pie con la ayuda de un remo para avanzar lentamente sobre la superficie del agua. Deben existir pocas prácticas tan parecidas a la filosofía zen.

El sol gana altura y la tarde avanza. Se siguen escuchando revoloteos en el agua, que está más templada que nunca. Las risas de niños se unen a los sonidos de las paletas, mientras el ruido de fondo es una mezcla de la resaca de las olas y el sonido de un helicóptero de salvamento que surca las alturas. Más afuera, el grupo de futbolistas y aficionados de nuestras playas acaba el partido y se sienta sobre la arena: el hombre del polo amarillo junto al joven delgado y ágil, ambos exhaustos, contemplan cómo avanzan lentamente los veleros en el horizonte.

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